COLUMNISTAS
DEBER REPUBLICANO

La libertad no es (solo) un derecho

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| Cedoc

El ministro de Salud de la Nación, González García, afirmó (luego de decir que la salida de los corredores de la ciudad fue una “fea imagen” para el resto de los ciudadanos del país, imagen que trasunta un mero rejunte de “intereses privados”, con ningún interés ni representación valiosa sobre lo colectivo) que “hay que buscar un mensaje colectivo”, que es lo que allí, precisamente, falta, falla o no hay.

La libertad positiva (como responsabilidad colectiva, no solo individual) es ese mensaje de reivindicación de lo público, que contrasta con la reivindicación mezquina e individual del interés privado (como libertad negativa). La mano invisible –la idea de que si cada uno busca lo mejor para sí nos beneficiamos todos a la larga (presupuesto que Nash ya dio de baja, pero que aún defienden los neoclásicos, inspirados en Smith y el derrame)– demostró en este caso concreto de salud pública no ser así. El liberalismo individualista no funciona. El egoísmo –el descuido, el desinterés colectivo, el mero interés privado, la libertad meramente “negativa”, cerrada, individual y como no interferencia de lo público (del interés público, quiero “salir”, soy “libre”, es “mi vida”, el Estado “no tiene derecho a meterse”, a “interferir” negativamente) en mi propia vida– puede conducir, sencillamente (en nombre de la libertad individual) a una catástrofe sanitaria (anular la vida de muchos otros, muy lejos de todo supuesto “beneficio” residual de la iniciativa personal y egoísta, como creía Friedman). Esta crisis nos muestra la importancia superlativa de volver a defender la otra libertad: la libertad positiva, pública, esto es: la libertad republicana.

Roberto Gargarella impugna las –según él– ilegales e inconstitucionales medidas tomadas en función de la cuarentena. Impugna la, para él, injustificada delegación normativa. Un estándar de proporcionalidad, sin embargo, indica que ante una emergencia de salud como la presente se justifica la delegación. Cuando no se justifica (en circunstancias normales, no excepcionales) es cuando confiere un exceso de atribuciones: la toma de deuda externa es atribución constitucional del Congreso, y sin embargo nuestro colega no llamó la atención por ese acto inconstitucional, cuya mala gestión todavía se está intentando solucionar. ¿Conforma una delegación aceptable en tiempos normales la toma de deuda externa, que es atribución constitucional del Congreso, y es inaceptable una delegación en momentos muchísimo más graves que aquellos, cuando ni siquiera los propios legisladores se ven exentos de enfermarse en el Congreso? El test de proporcionalidad desmiente esta tesitura.

Cabe preguntarse además cómo sería para Gargarella el desarrollo de un “gran acuerdo democrático”, como propone, en medio de una pandemia como la actual, con un sistema de salud cerca del colapso. ¿Medidas de salud pública tomadas por referéndum? Parte de la responsabilidad significa teorizar desde el realismo. No desde la academia. Un error de cálculo académico se puede pagar con cientos de vidas. No hay margen de error.

Al defender solo la libertad personal (privada), no somos realmente libres. Esto es lo que estamos aprendiendo con esta pandemia. Esa libertad no nos alcanza para ser libres. Necesitamos la otra. Por eso se ha vuelto a hablar con un lenguaje que parecía olvidado: se vuelve a hablar de “madurez cívica”, de “responsabilidad colectiva”, de  “virtud ciudadana” (del compromiso de cada uno con la salud y la vida del otro). Se vuelve a hablar, en definitiva, el lenguaje republicano, el olvidado lenguaje (“antiguo”, dirá Constant) de la libertad pública, concebida no solo como un derecho, sino también –o sobre todo– como un deber con el otro.

La libertad como compromiso cívico y social no puede ser vista como una “carga”. Como un costo. Como una molestia. O como una “intromisión”. Es un deber republicano.

 

*Director nacional de la Escuela del Cuerpo de Abogados del Estado (ECAE).