Desde principios de 2006 las antologías de cuentos grupales y temáticas se transformaron en la plataforma de difusión de un buen número de autores de la llamada nueva narrativa argentina. A La joven guardia, de 2005, le siguieron En celo, In fraganti y Uno a uno (todas a cargo de Diego Grillo Trubba, en Mondadori) y Escala 1:1 (seleccionada por Juan Terranova para Entropía). Como son libros relativamente baratos para los costos editoriales y suelen asegurarse un piso de ventas y de cobertura de prensa, la idea prendió y ya hay otros sellos trabajando en sus propias compilaciones. Pero lo que no suele señalarse es que el de las antologías es sólo una parte de un fenómeno que las excede, y que logró cierta revitalización del género cuento en la Argentina. Por un lado, debería mencionarse el auge que experimentaron en los últimos seis años –es decir, luego de la devaluación–, y dentro de la industria editorial, los sellos independientes, de los que depende mucho de lo mejor que hoy puede leerse en materia literaria en nuestro país. Y, por el otro, a una escena pública conformada por lecturas, performances y presentaciones de libros, que de 2005 a esta parte no deja de crecer.
Pero volviendo a las antologías, lo mejor que puede decirse de ellas es que en algunos casos sirvieron para hacer visible la producción de muchos autores que de otra manera seguirían circulando de manera restringida. Entre ellos, sin dudas, uno de los nombres más destacados es el de Félix Bruzzone. Bruzzone nació en Buenos Aires en 1976 y es, junto a Samanta Schweblin, uno de los pocos escritores jóvenes que aparentemente sienten una mayor predilección por los textos breves que por las novelas. Su cuento Barrefondo, que integra la antología En celo, llamó la atención de todos: es la historia de dos personajes que trabajan limpiando piletas en quintas, y sueñan con seducir a la hija de uno de sus clientes. El texto es un prodigio narrativo, mucho menos por la atracción que ejerce la trama que por lo arriesgado de su construcción formal, un diálogo indirecto que avanza sin respiro a través de un lenguaje poblado de neologismos e imágenes tan novedosas como inesperadas.
Finalmente, y por el sello Tamarisco (de cuyo consejo editor Bruzzone forma parte), acaba de aparecer su primer libro de relatos, 76. La alusión del título a la dictadura militar –Bruzzone es hijo de desaparecidos– es la más explícita del libro, compuesto de ocho textos de una madurez notable. Aquí caben casi todas las formas, y tal vez a eso se refiera la descripción mínima de la contratapa: “Autobiografía, libro de cuentos, protonovela o novela rota, 76 se comporta como voz actual, radiante y por momentos desalmada de la pasión libertaria de los 70. Y de lo que vino después”. Pero es justo señalar que si los efectos de la dictadura militar funcionan como elemento aglutinante del libro, esa presencia es muchas veces marginal, palpable, aunque casi nunca visible. Hay textos sobre la infancia, la adolescencia y la madurez, un atrapante relato (El orden de todas las cosas) sobre una tía vidente y un poco loca, y hasta una distopía que transcurre en algún lugar de la Argentina en 2073.
Quizá lo mejor que puede decirse de 76 es que Bruzzone –alejándose de las corrientes dominantes de la nueva narrativa– demuestra, con una solvencia inusual, cuál es la mejor manera de construir ficciones con las esquirlas del horror. Un debut inmejorable.