COLUMNISTAS

La magia de la escritura

Por Silvia R. Gelbes

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Medir en décadas la historia de la escritura parece una faena casi ridícula, sobre todo si se piensa que la lengua escrita apareció cerca de 3500 a.C. Sin embargo, el crecimiento exponencial de oportunidades de escritura para los habitantes del planeta con acceso a la tecnología se sitúa en fronteras no más lejanas que el final de los 80 y el principio de los 90.
Por entonces, en efecto, asistimos a la aparición del SMS (Short Message Service), el mensaje de texto que permite a los usuarios “conversar” desde la pantalla de sus teléfonos celulares con textos de hasta 160 caracteres, y más recientemente del MIM (Mobile Instant Messaging, popularizado por aplicaciones como el WhatsApp), que permite el intercambio de información entre teléfonos inteligentes. La existencia de estas nuevas posibilidades de comunicación, menos onerosas que los llamados telefónicos, promovió de manera insospechada la interacción escrita. El asunto es que, para aprovechar al máximo los caracteres disponibles, empezaron a crearse algo así como códigos individuales: “ke” en lugar de “que”, “c” en lugar de “se” y hasta piezas lúdicas como “salu2” en lugar de “saludos”. Pero, más que nada, los usuarios comenzaron a expresarse con enunciados reducidos.
Muchos padres, maestros y tutores echan la culpa a estas creaciones canibalizadas de, entre otras cosas, la tendencia que evidencian los adolescentes a producir mensajes escritos cuasitelegráficos y su correlativa dificultad para elaborar informes extensos en la escuela y en la universidad. La disminución de renglones ocupados por las respuestas manuscritas a preguntas de examen puede ser vista como una muestra palmaria en ese orden de cosas.
Con todo, podría pensarse la cuestión desde otra perspectiva. Fundados en estudios que muestran el modo en que la pupila se fija en la pantalla al leer (el conocido como método de eyetracking), expertos en escritura advierten que es imperioso economizar palabras y emplear frases más cortas y contundentes para producir buen texto online. Y a poco de meditarlo, resulta fácil imaginar que esas condiciones terminan contagiando también el texto que se escribe para el papel.
No es, sin embargo, la presencia de la pantalla lo que induce a estas escrituras más concentradas, sino, más vale, un estilo de vida que precede y daría origen al advenimiento de esos dispositivos que viabilizan esta forma de escritura: la vida de las múltiples ocupaciones y las agendas sobresaturadas. Una vida de la que los jóvenes ni están exentos ni quieren estarlo.
La irrupción de Twitter y las expresiones completas en 140 caracteres constituyen el paroxismo de este fenómeno. Como si todo pensamiento, toda opinión, toda información debieran admitir ser condensados a riesgo de perder la oportunidad de difundirse. No es que nadie lea más que tuits desarticulados: de hecho, resulta frecuente que el tuit vincule con información más desarrollada. Es, en todo caso, que hoy la síntesis tiene más pregnancia o mejor reputación –para usar un término en boga– que el propio mensaje de origen.
Este rapidísimo despliegue concerniente a la escritura de los últimos años podría habilitar una reflexión sobre lo que se viene en este tema. Puede conjeturarse que, de aquí a una década, la gente sólo leerá textos cada vez más cortos y sólo producirá escritos cada vez más abreviados. Quizá sea ése un escenario posible, aunque no el único. Tal vez haya que educarse mejor para escribir textos informativos que vayan al punto, que usen palabras precisas, que rechacen los adjetivos innecesarios.
Es probable, así, que el tiempo que nos ahorremos con lecturas menos redundantes podamos aprovecharlo en el goce de la literatura. En línea con esta hipótesis, conviene recordar que, por la misma época en que se empezaba a difundir Twitter, apareció el best seller para niños y adolescentes más esperado de la historia, Harry Potter 7. Y tenía casi setecientas páginas.

*Directora de la Licenciatura en Comunicación y de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.