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La máquina de hacer paraguayitos

Nuestro poeta Washington Cucurto conoció la expresión en circunstancias que ahora no vienen al caso. “La máquina de hacer paraguayitos”: así le hablaron en una noche de diversión. Le dijeron la frase en un sentido literal; pero él, poeta al fin, convirtió esas palabras en metáfora. Claro que la realidad reacciona no pocas veces ante la literatura, y aquella metáfora del vate cumbiantero ha retornado en estos días al mundo de la literalidad. La máquina de hacer paraguayitos ha cobrado forma concreta en la persona del Sr. presidente de la hermana República del Paraguay, don Fernando Lugo, a cargo del Ejecutivo desde el mes de agosto del año 2008.

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Nuestro poeta Washington Cucurto conoció la expresión en circunstancias que ahora no vienen al caso. “La máquina de hacer paraguayitos”: así le hablaron en una noche de diversión. Le dijeron la frase en un sentido literal; pero él, poeta al fin, convirtió esas palabras en metáfora. Claro que la realidad reacciona no pocas veces ante la literatura, y aquella metáfora del vate cumbiantero ha retornado en estos días al mundo de la literalidad. La máquina de hacer paraguayitos ha cobrado forma concreta en la persona del Sr. presidente de la hermana República del Paraguay, don Fernando Lugo, a cargo del Ejecutivo desde el mes de agosto del año 2008. Conviene tomar nota; en la lista, que acaso se amplíe, constan ya Viviana Rosalith Carrillo Cañete, reclamando por la filiación de Guillermo Armindo; Benigna Leguizamón, reclamando por la filiación de Lucas Fernando; Hortensia Damiana Morón Amarilla, reclamando por la filiación de Juan Pablo (llamado así en homenaje al Papa de entonces; hoy por hoy, el niño llevaría por nombre Benedicto). Al primero, Lugo ya lo reconoció como fruto suyo, y todo indica que está perfectamente dispuesto a hacer lo propio en cada caso que corresponda. Pero al escándalo que llevaría implícito cualquier circunstancia de paternidad irregular y omitida, se agrega en este caso el cargo detentado por el bueno de Fernando Lugo. ¿Presidente de la República? Eso no, eso es ahora. Años ha, a la hora de arrimarse a fecundar, muy otra cosa: obispo de San Pedro.

El padre Lugo era padre: al poder del significante no hay que subestimarlo nunca. Era cura cuando pecó tan gravemente, y hasta parece haberse valido de esa sacra condición para cortejar y persuadir a las chicas que acudían al púlpito de su iglesia con el fin conocer a Dios, o la cara de Dios en definitiva. De algo no caben dudas: el celibato es la más radical, la más bizarra y la más extrema de las opciones sexuales del mundo contemporáneo. Aunque parezca lucir, exteriormente, el aspecto de lo reprimido, exige en verdad el más alto grado de libertad posible: la libertad de decir que no. Y no todo el mundo está a la altura de esa exigencia.
El obispo Lugo no lo estuvo y el presidente Lugo lo admite.
Las taras del machismo ancestral, que perduran pese a todo como lastres ideológicos en grados bien considerables, llevan a que no siempre se vea del todo mal esta clase de conductas. Un raro destello de prestigio se posa con frecuencia en el hombre que “no perdona una”. Y tanto más cuando esa eficacia venérea se traduce en fertilidad: donde pone el ojo –así se dice– pone la bala. Pensemos, por caso, en algunos de nuestros presidentes. Cuando los estudios científicos determinaron que la presunta hija del general Perón no era en verdad hija suya, ¿qué sentimiento se impuso: el alivio o la decepción? Que no engendrara progenie ni en los tres matrimonios sabidos ni en el sinnúmero de las chicas de la UES, ¿es considerado tan sólo un rasgo, o se lo toma por debilidad y por falta?
Pensemos en otro presidente que se dijo su continuador: el doctor Carlos Menem. En los años de la dictadura militar logró imponerse al extremo rigor de la prisión que sufría, y se las compuso para engendrar a un niño al que mucho tiempo después, cuando ya no era niño, más que reconocer admitió o al que por fin se resignó.
Tal conducta y tal tesitura no parecen haber maculado su nombre ante los ojos de la opinión pública; si es que no contribuyeron, por el contrario, a aumentar su fama encomiada de playboy y ganador.

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