El autoritarismo y la bulimia de poder de los Kirchner los han convertido en expertos en fabricar traidores, hastiados de su maltrato verticalista y humillante. Es su máxima experiencia productiva. ¿Hay algún otro ejemplo histórico donde compañeros de fórmula, como Daniel Scioli o Julio Cobos, hayan sido castigados por sus gravísimas deslealtades? ¿Y los vicegobernadores de Néstor en Santa Cruz? Eduardo Arnold lo acompañó ocho años y hoy es uno de sus principales opositores. El otro vice, Sergio Acevedo, era de tanta confianza que fue designado jefe de la SIDE y luego gobernador. Renunció porque su ética republicana le impidió aceptar negocios oscuros de la obra pública diseñados desde la Nación. Se deben computar también, como un logro de la factoría de traidores, a los dos jefes de Gabinete más notorios del kirchnerismo hasta la llegada de Aníbal Fernández. Tanto Alberto F (que fundó el Grupo Calafate), a quien Cristina no le atienden ni el teléfono, como Sergio Massa (al que Néstor sospecha negociando la boleta Scioli presidente, Massita gobernador, como él le decía peyorativamente) hoy están en el rubro de los “infieles no confiables ”.
¿Qué tienen Cristina y Néstor para expulsar tanta gente tan cercana? ¿Qué los hace parir desertores con tanta frecuencia? ¿Sólo ingratitud, mezquindad y pisoteo? ¿O no pueden soportar el intercambio de ideas con nadie ni el aporte intelectual o creativo de sus propios compañeros de ruta? Sólo los que callan, otorgan y aplauden se pueden quedar. Guay del que se atreva a la mínima crítica.
Eduardo Duhalde, quien apadrinó el lanzamiento de ese “flaco rebelde”, fue arrojado de inmediato al cesto de la basura, donde mandan a los que ya usaron. Cristina lo asoció con El padrino de Coppola. Con Roberto Lavagna, que aportó los votos necesarios para el éxito electoral y luego las neuronas suficientes para consolidar la salida del infierno, ocurrió algo similar.
No es la mejor forma de construir. Todo lo contrario: es la mejor forma de destruir lo que sus aciertos económicos les han permitido edificar. Por eso no terminan de recuperarse en las encuestas. Ni de desbarrancarse.
Sin embargo, algunos encuestadores sostienen que el día, finalmente, llegó. Que los K se mantienen como fuerza poderosa en la capacidad de movilización, en la dinámica de su joven militancia y en los multimillonarios recursos de que disponen. Que eso les da un piso político nada despreciable. Pero dicen que su techo electoral está muy cerca de ese piso. La fatiga ciudadana se expresa con el quiebre de la férrea disciplina con que los Kirchner venían conduciendo. Hoy hay muchos que se animan a ponerles límites a sus desmesuras. Los casos más notorios de los últimos días están en los fallos adversos de la Corte Suprema de la Nación y en las derrotas que la oposición produjo en el Congreso con la aprobación de la Ley de Glaciares y con el veto obligado que provocó el voto de Julio Cobos (una remake de una obra de terror para el oficialismo) en el 82% móvil para los jubilados.
Un rosario de ejemplos indican que están ocurriendo demasiadas cosas que los Kirchner no soportan, pero no pueden evitar. El punto de inflexión fue que la tortilla se dio vuelta el día del acto, en Santa Cruz. Néstor fue obligado a modificar su discurso (so pena de que los gobernadores le vaciaran el acto) y la decisiva carrera de Daniel Scioli para volver a parecerse a sí mismo sin descartar la candidatura presidencial. Hace un par de meses, Scioli hubiera consultado a Néstor o pensado diez veces antes de aparecer sonriente al lado de Mauricio Macri o permitir entrevistas con medios y periodistas odiados por el Gobierno. El discurso de Scioli en el coloquio de IDEA fue la contracara de lo que Kirchner representa. Ni siquiera nombró a Néstor o a Cristina y saludó “complacido la presencia de José María Aznar, del ex presidente Eduardo Duhalde y Juan Manuel Urtubey”, con quienes compartió la mesa principal. Habló de consensos, diálogos respetuosos, una actitud constructiva y de “que todos los que estamos aquí, queremos lo mismo: un país mejor y una discusión abierta y plural”.
¿Los Kirchner quieren lo mismo que Aznar y Duhalde o que los empresarios más críticos acompañados por la oposición democrática? Difícil. Por eso, Aníbal Fernández disparó por elevación a Scioli declarando que él no hubiera concurrido al coloquio de IDEA. Tal vez tampoco lo hubiesen invitado.
La Presidenta dijo que por componente genético asimilaba mejor algunas traiciones y el jefe de Gabinete aseguró que la historia le va a hacer pagar su postura de traidor a Cobos. Esa palabra, “traidor”, reinstalada en la era Kirchner; es una de las más peligrosas para la vida en libertad. Sirve para combatir más que para construir. No hay diálogo ni marcha atrás posible después de semejante etiqueta. ¿Qué se hace con los traidores? En la liturgia sangrienta de los 70 se los asesinaba, como a Augusto Vandor. Después de la 125 aparecieron grafitis del tipo: “Cobos, traidor, a vos te va a pasar lo que le pasó a Vandor”. Es un concepto a extirpar de la convivencia pacífica de la democracia. Los traidores deben ir al infierno. Traidor sólo es el corrupto y el golpista. Para esos no hay lugar en una sociedad plural que necesita ser igualitaria. Es un concepto que envenena la sangre republicana. Porque Duhalde, Lavagna, Cobos, Alberto Fernández o Sergio Acevedo, entre otros, pueden pensar que son los Kirchner quienes traicionaron aquel proyecto de “país serio” que prometió él y la mejora de la calidad institucional que anticipó ella. Por el lado del grotesco y la chicana, muchos peronistas federales se preguntan: “El que traiciona a un traidor, ¿tiene cien años de perdón?”.
La única realidad es que cuatro millones de jubilados seguirán por debajo de la línea de la pobreza y que el 35% de los fondos de la Anses se malgastan para ocultar el déficit del Estado. Esa verdad es imposible de disfrazar de progresista. Ayer, en un desayuno en Mar del Plata, Tabaré Vázquez, ex presidente del Uruguay y militante socialista del Frente Amplio, dijo que la confrontación permanente lleva a un camino ciego. “Si se tira mucho del elástico, se rompe o pierde su elasticidad. Hay que evitar que los países se conviertan en manicomios dirigidos por su propios pacientes.” Tuvo la gentileza de aclarar que no estaba hablando de la Argentina. A muchos, nos pareció que sí.