Eirik Raude –Eric el Rojo en español– fue un temerario pionero vikingo desterrado, que en 981 se marchó de Islandia rumbo a Groenlandia. Desde un conducto de siglos, ha regresado su nombre para desafiar a los vientos y las mareas bajo la majestuosa apariencia de una plataforma de extracción de petróleo off shore de 52.552 toneladas.
La noruega Eirik Raude es la plataforma autopropulsada y semisumergible más grande del mundo. Está apoyada sobre dos cámaras de flotación libre a la manera de un catamarán, y permanentemente se balancea con turbinas propulsoras de inercia giroscópica controladas por computadoras. No sólo puede buscar petróleo a partir de un lecho marino de tres mil metros de profundidad (y seguir bajando seis mil más), sino que fue diseñada para operar en las más adversas condiciones ambientales. John Greene, un operario de plataformas –esas interesantes personas que resignan encontrar un charco de sol donde entibiar los pies mientras trabajan–, dijo: “...las cosas están realmente ajetreadas en este momento. Bueno para el administrador del campo petrolero, pero malo para la vida social”.
Por eso la Eirik Raude, heroica en su saga moderna, ha trepanado en la costa este de Canadá, el oeste del Reino Unido, la parte del Océano Artico llamado Mar de Barents y el Mar de Noruega, en cuyas aguas heladas a menudo deambulan icebergs como ancianos desorientados.
El 16 de junio del 2006, la plataforma pesaba 52.552 toneladas. Está acondicionada para trabajar los trescientos sesenta y cinco días del año durante las veinticuatro horas del día, que es lo que un Estado debería estar en aptitud de hacer. Puede vérsela como una maravilla de la mano del hombre o como una gigantesca operación civilizadora que cobija en sí el ascenso de los valores espirituales y educativos. En efecto, son tantos los factores que son tomados en consideración cuando se decide comenzar con el diseño de una herramienta de este calibre, que la estupefacción que producen su comportamiento, su fachada y sus entrañas no debería disimular las enseñanzas que prodiga el proceso de alumbramiento.
52.552 toneladas de acero AISI 316 con una gran resistencia a la corrosión atmosférica, de resinas plásticas, de correas dentadas. Y de voluntad humana.
Si se tiene en cuenta que –por ejemplo– el campo de petróleo Hibernia, situado aproximadamente a 315 kilómetros de las costas del sudeste de Canadá, fue descubierto en 1979, pero que su desarrollo no comenzó sino en julio de 1997, se advertirá la importancia que adquiere la consideración del tiempo y lo letales que son las marchas y contramarchas. Al período que media desde la prospección a la explotación, hay que añadirle el gran número de empresas que hay que coordinar para un emprendimiento como el de la Eirik Raude (desde remolcadoras como la que la llevó en etapa de construcción desde Pascagoura en Mississippi hasta Halifax en Nova Scotia, hasta consultoras “cazadoras” de cerebros, o desarrolladores de sistemas de realidad virtual).
También la planificación de la construcción es una opera magna. La empresa propietaria de la Eirik Raude, la Ocean Rig, se basó en la experiencia de su primera plataforma, la Leiv Eirikson –nombre de otro pionero que desafiaba los témpanos y los engendros del mar hace mil años–. Planificó con sus asociadas que para el final del primer cuarto del año 2002 la máquina iba a estar en condiciones de hacer viajes marinos, y que durante el segundo cuarto tendría lugar el comienzo de las operaciones. Así sucedió.
Si se toma en cuenta que la plataforma debe estar permanentemente en funciones, por lo que los contratos (a razón de un cuarto de millón de euros de alquiler por día) deben ser celebrados con años de anticipación, y que a bordo debe haber ingenieros submarinos, perforadores, mecánicos, supervisores y oficiales de seguridad, entre las escalofriantes cifras de la inversión (cerca de 4.500 millones de dólares) y el agua escarchada, no hay ningún lugar para la dicha rancia de querer creer que es posible recomenzar desde cero y con ello volver a ser tan joven como se era al principio.
52.552 toneladas que surcan los mares a 16,5 nudos por hora de velocidad exigen socios confiables. La empresa los busca con una política consistente en ofrecer a los inversores toda la información relevante para que tomen una decisión razonada, asegurando igualdad de tratamiento y poniendo a disposición de los interesados reseñas regulares, reuniones confidenciales o abiertas y demostraciones para el mercado. El casco de la Eirik Raude fue construido por la Dalian New Shipyard en China, y la tercerización del final de obra fue otorgada a la empresa norteamericana Friede Goldman Offshore y a la canadiense Irving Shipyard de Halifax. Ocean Rig tiene asimismo la política de hacer donaciones para entrenar trabajadores off shore en colegios públicos, y la de actualizar permanentemente la tecnología de la máquina ilustrada, en especial en materia de seguridad a bordo, y estabilidad para operar dentro de un rango cada vez menor respecto de los 10 metros de oscilación que requieren las regulaciones públicas. En un mundo con poca liquidez y mucho riesgo, los negocios a todo o nada son a nada. Y si hay un socio dispuesto a ese tipo de negocio, parafraseando una frase conocida, no es uno de cuyo club sea aconsejable ser miembro.
El papel del Estado no debe soslayarse. En cuestión de medio ambiente, una descarga accidental de líquidos llamados “químicos verdes” en la cuadrícula “Obelix”, en el Mar de Barents, ocasionó una detención en el trabajo de la plataforma, hasta que la Autoridad Estatal de Control de la Polución noruega (SFT) manifestó que lo que había para criticar era “extremadamente pequeño”. No fue así la pérdida de la empresa, si se piensa en el cuarto de millón de euros diarios. Cada cinco años es preceptiva una detención para certificaciones, y en ocasiones es el mismo Estado el que se asocia al proyecto de extracción. En la provincia canadiense de Newfoundland, la construcción de una estructura que culminará en 2012, de la que el Estado forma parte, generará más de cuatro millones de horas hombre de empleo.
Esas interesantes personas que trabajan en la Eirik Raude a veces se enteran de que es Navidad por el menú y se enfurecen cuando se demora el vuelo que los lleva de regreso a tierra firme cada tres semanas. Son duros y sofisticados pioneros que como los inspiradores vikingos de hace diez siglos no viven entre pequeños ambigús y fuentes de piedra de estilo barroco, aunque la mayoría ama lo que hace. En los grandes bancos de Newfoundland, durante el invierno el 40% del tiempo hay niebla, y el 84% durante los meses del verano. Pero no están allí por el paisaje. Están porque la energía del planeta se agota, y plataformas como la Eirik Raude representan el futuro, al poder buscarla donde nunca antes nadie se había atrevido a imaginarlo siquiera. Una operación civilizadora y pionera, como el vikingo que le dio el nombre a esta máquina, que cotidianamente permite la continuación de la experiencia humana.
*Ex canciller.