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La necesidad de amar

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Acaso el amor romántico no es la trampa fundamental que nos somete? ¿No es la idea del amor en la que somos veneradas nuestra peor calamidad? ¿No es acaso esa misteriosa y recargada  identidad femenina la que nos ha convertido en esclavas de nosotras mismas? ¿No somos de alguna manera compradas y maniatadas por el discurso afrodisíaco de los poetas?

Vivimos atormentadas por nuestra propia idea sesgada del amor. Y no cualquier amor. Ese amor doloroso. Cautivante. El amor que se lo juega todo. El incomprendido. El amor que se fue. El anhelante. Como diría Borges: “Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo”.

Porque ese amor nos duele por igual, nos atormenta por igual, nos enceguece. A mujeres, a hombres, a trans. No distingue entre heterosexuales, homosexuales o bisexuales. Nos atraviesa a todos con el encanto y el veneno de la estúpida flecha de Cupido. Es, a mi entender, el mal mayor. Morir de amor. Matar de amor. Odiar y amar en estos términos están peligrosamente cerca.

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Amar así implica necesariamente odiar así. Con la pasión desbordante y buscando un motivo ulterior por qué vivir. “No se puede vivir del amor”, nos dice Calamaro. Y por supuesto, de ese amor no se puede vivir. No hay deseo posible en ese amor. Ese amor se roba todo el sentido de la vida.

Es un amor mezquino. Para nosotras las mujeres ha sido un flagelo. Una razón edulcorada para mantenernos silenciadas, sometidas, entretenidas, adoradas. Nos ha llevado al suicidio y al crimen. Nos ha hecho coquetear con la locura. Nos ha hecho vulnerables, mucho más manipulables. Nos ha hecho mentir, ocultar, tolerar la violencia. Nos ha hecho beatificar la agresividad del amor romántico. Su pasión. Su sacrificio.

Y no solo nosotras somos víctimas de esa idea torpe del amor. Los hombres sufren, los hombres se enfurecen. Y como es una sensación que han vivido todos, esos hombres justifican a otros hombres que se obsesionan hasta el crimen.

El amor romántico obsesiona. Y tiene buena prensa. Poesías, canciones, películas, novelas. Todavía glorifican el amor romántico como un amor perfecto. Como si fuera la definición del amor perfecto. Como si Shakespeare no nos hubiese alertado que el amor romántico termina irremediablemente mal. Como si las pruebas no estuviesen a la vista.

Muero por ti. Muero en ti. Mato por ti. Te mato. Cualquier opción es trágica.

Hay hombres y mujeres jóvenes que ya no se dejan encandilar por el amor posesivo. Que lo increpan. Que lo cuestionan. Que viven con más fluidez el amor.

Hay que aprender de ellos, hay que educar en un amor diferente.

¿Cuántos de nosotros seguimos siendo ciegas víctimas del amor romántico? ¿Cuántos de nosotros cantamos a los gritos los temas más machistas de los cantautores que enaltecen ese amor? ¿Cuánto dolor nos causa que no llegue aquella llamada telefónica? Mientras nos deconstruimos, empecemos a alzar la voz. (...)

Cuando una mujer comienza una relación con un hombre violento o con rasgos psicopáticos suele enceguecerse ante los primeros síntomas que indican el inevitable futuro de la relación. Mientras predomina el deseo sexual y la conquista, las mujeres prefieren no prestar atención a los signos habituales de la psicopatía, que si bien está definida de diferentes maneras, suele ser la patología que padecen los golpeadores.

Al comienzo de la relación, el hombre suele transmitir un amor rotundo. Un amor que nadie iguala. Un amor tan implacable que transmite mucha seguridad a la futura víctima.

Es un amor imperecedero. Una especie de embrujo contra el fantasma de los celos que padecemos muchas de las mujeres. Para el golpeador, como para el psicópata, ese amor que siente no lo sintió nunca y es un amor absoluto. No importa si es mentira, si tiene en el pasado otros amores intensos que terminaron mal. La mujer, que será su víctima, es única e irremplazable.

El psicópata suele decir que sus ex parejas están locas. Y en esa falsedad las desestima. Hay que tener el oído adiestrado y ciertos conocimientos psicológicos para desconfiar de inmediato de los hombres que acusan de locas a sus ex mujeres. Especialmente porque ellas se comportan como locas con el hombre en cuestión. Después de haber padecido la patología de sus ex parejas, cuando el contacto es inevitable, como cuando hay hijos de por medio, las mujeres se desesperan en la relación con sus ex, y pueden parecer locas para la nueva pareja.

En el comienzo de la relación, la nueva novia es halagada como nos enseñaron las películas de Disney, los cuentos de hadas y los más idílicos poemas de amor. Y el hombre se presenta como una víctima de sus relaciones anteriores.

No es necesario que las mujeres sean jóvenes o demasiado inocentes para caer en la trampa. La idea del amor romántico, la necesidad de un compañero, la desesperación por sucesivas relaciones fallidas, son campo fértil para que esas relaciones prosperen y se conviertan en la cárcel de la futura víctima.

Tampoco el psicoanálisis es garantía para no caer en estas relaciones nocivas. Los psicoanalistas están formateados por las mismas ideas del amor que padecemos las mujeres y suelen sostener un discurso machista. Sean hombres o mujeres.

Como los médicos, son falibles, y están influenciados por el sistema patriarcal dominante.

*Autora de Manifiesto contra el amor romántico, Ed. Planeta (Fragmento).