COLUMNISTAS
dramatico caso de trata de mujeres

La nena que desapareció dos veces

Claudia Barrientos vive con la angustia de que su hija Federica, de 12 años, vuelva a desaparecer mientras comprueba que la investigación no avanza y que quienes ya se apropiaron de la nena, continúan buscando mujeres para la prostitución a través de Internet. Cómo actúan los “reclutadores” con sus ofertas de trabajo, tan atractivas como falsas, y sus juegos de seducción.

default
default | Cedoc

Federica tiene 12 años y vive con su madre, Claudia Barrientos, en el barrio porteño de Boedo, cerca de Inclán y avenida La Plata. El sábado 28 de noviembre de 2009, salió de su casa a las cuatro de la tarde. Dijo que se iba a encontrar con Abel, un amigo, y no volvió. Cuando la mamá, Claudia, habló con él, Abel le aseguró que no veía a Federica desde hacía meses.
El lunes 30, a las dos de la tarde, dos vecinas reconocieron a Federica en Inclán y Muñiz, a unas pocas cuadras de su casa. La encontraron en estado de shock, mareada, sucia, la ropa embarrada, con una magulladura en el mentón y marcas de dedos en el hombro derecho. No tenía su corpiño. Cuando veinte minutos después su madre se reencontró con ella, Federica, con la mirada perdida, no la reconoció al momento. Después sí, y entonces tuvo un acceso de llanto convulso como los que aún hoy la acometen a menudo. Luego contó que no había comido en dos días y eso fue todo lo que dijo sobre esas horas de ausencia.
Desde entonces, la nena se niega a estar sola, le teme a la oscuridad y no quiere que su madre salga sola porque “te puede pasar algo”, según contó Claudia Barrientos a PERFIL. Días pasados, le preguntó a una psicóloga legista si hay “un método para olvidarse de las cosas”. También le dijo Claudia: “Me hubiera muerto, me ahorraba un montón de trámites”.
La madre, por su lado, vive con la angustia de que se la vuelvan a llevar, como ya le sucedió una vez. Mientras, ve que la investigación no avanza.
Cuando Federica apareció aquel lunes, después de una inmediata y extendida movilización popular, un comisario, uno de los tantos policías con quien Claudia trató en esos días, le dijo: “Señora, usted armó tanto quilombo que la nena les empezó a quemar en las manos”.
¿A quiénes?

Trampas en Facebook. En la computadora de Federica quedaron registrados chateos con un tal Pablo Santos. En ellos, él le dice que la quiere, que van a estar juntos para siempre. También le promete presentarle un fotógrafo profesional para hacerla modelo. En su página de Facebook, publica una foto suya: es un hombre de entre 25 y 30 años. La misma fotografía aparece en otra página, a nombre de Matías Larralde, nacido, según dice, en 1977. Federica tiene archivada una foto de ella con ese hombre.
Santos, o Larralde, cuenta fastuosidades de sí mismo en Facebook: que tiene un automóvil Porsche, que pasó sus últimas vacaciones en Nueva Zelanda, que practica deportes de riesgo.
En la causa también aparece un tal “Yuki”, cuyo celular responde monótonamente con la voz del contestador. Una sola vez desde que ocurrió aquello, Claudia logró hablar con “Yuki” y el muchacho (tiene unos 18 años) le preguntó: “Estoy en problemas ¿verdad?”. “Vos sabrás”, le contestó la madre de Federica.
“Yuki” y Santos/Larralde aparecen juntos, otra vez en Facebook, durante una fiesta de Halloween.
Según pudo averiguar Claudia, esas personas paran habitualmente en la galería Bond Street, en Santa Fe y Rodríguez Peña, de moda entre jóvenes de clase media alta gracias al auge de los tatuajes, body painting, piercings, comics y la moda alternativa.
Federica volvió a desaparecer, esta vez por casi cuatro horas, entre las 4.20 de la madrugada y las 8.15 del 17 de diciembre.
Claudia, que apenas dormía desde la primera desaparición, se había acostado a las 3.30 y a las 6.00 se levantó. En la cama de la nena, unos muñecos acomodados bajo las sábanas intentaban simular su presencia dormida.
Claudia gritó. Cuenta que pensó en la posibilidad de que alguien hubiera entrado en el departamento para llevársela. Enseguida, bajó con un vecino a la calle y le preguntó por la chica al policía de consigna. El agente la había visto salir y subir a un taxi. “No la reconocí”, explicó.
De la computadora de Federica surge que ese día había chateado con Christopher Christiansen, un nombre de fantasía, y éste le dijo que fuera a una casa de la calle Ayacucho “945 o 954”. “Es un portón negro, enfrente de los chinos, Ayacucho y Lavalle”, le indicó. En esa dirección no hay portón negro alguno y Lavalle está al 400/500 de Ayacucho, no al 900.
Federica volvió a las 8.15 con las mismas marcas en el mentón y en el hombro. Como antes, se negó absolutamente a contar lo sucedido durante su ausencia. Cinco minutos después, a las 8.20, Claudia recibió un llamado desde un número desconocido y una voz de hombre le dijo: “¿Viste? Te la llevamos cuando queremos y te la devolvemos cuando nos da la gana. Y si no queremos, no te la devolvemos más”.
Ese llamado hizo reflexionar a un comisario: “Ahora sí, éstos son de una red de trata”.

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Entre la burocracia y los cortes de calles. El sábado 28 de noviembre, Claudia Barrientos presentó la denuncia por la desaparición de su hija un par de horas después de ocurrida. No le fue bien en esos trámites.
En la comisaría 10ª, en la calle Muñiz, debajo de la autopista, la derivaron a la 34ª. Ahí, un ayudante de apellido Salcedo refunfuñó: “¿Cómo, no se la tomaron? Es la jurisdicción de ellos”. Después de mucho insistir, en la 34ª abrieron una carpeta por “averiguación de paradero”, aunque no querían hacerlo porque Claudia no tenía con ella la partida de nacimiento de la nena, “para acreditar el vínculo”.
Luego, sobrevinieron las preguntas de siempre: si se llevaba bien con la nena, si la chica tenía novio, si consumía drogas, si hubo peleas.
Hasta hoy, según averiguaron las abogadas que asisten a Claudia, Silvana Gracián y Claudia Ferrero, el expediente no registra movimiento. La madre también soportó un peregrinaje por edificios tribunalicios. En la Comisaría, le habían dicho que no podían distribuir la foto de la nena sin un previo pedido de habeas corpus, pero en Tribunales le rechazaban el pedido porque, según le dijeron en la guardia, ese recurso sólo corresponde “a detenidos políticos o para resguardar la integridad de un preso”.
Claudia todavía recuerda los sarcasmos de un funcionario del Juzgado 37. Toda esa desatención tuvo una consecuencia: el comisario Cancio López, de Asuntos Internos de la Federal, llamó a Claudia para informarle que se abrió un sumario interno por el maltrato que recibió.
Mientras tanto, quienes sí tomaron la cuestión entre manos, decididamente, fueron los vecinos de Claudia y sus compañeros docentes, junto con diversos organismos (no estaban entre ellos ni Madres ni Abuelas, que no quisieron atenderla, según informó).
Hubo cortes de calle en Avenida La Plata, con reparto de volantes y fotos a los automovilistas, manifestaciones frente a la fiscalía y en el colegio de Federica y la movilización iba en aumento cuando Federica reapareció.
Por eso, aquel comisario le dijo a Claudia: “Usted armó tanto quilombo que la nena les empezó a quemar las manos”.
Hasta el 17 de diciembre, cuando Federica desapareció de nuevo por cuatro horas, para que una voz le dijera a su madre por teléfono: “Te la llevamos cuando queremos, y si no queremos no te la devolvemos más”.
Como para recordarle que siguen ahí