La gente bien la saca a tiempo, la gente bien la enfunda siempre, la gente bien no esparce hijos, la gente bien se ordena para encintar.
Por lo visto, la discriminación feroz parece ser el antídoto más eficaz del burgués cuando se inquieta: sin un mango pero con pretensiones, la sola idea del “villero con plata” lo enloquece, y pretende que la decencia y el bien hacer son patrimonio exclusivo de su clase. A los otros: la barbarie.
Yo no sé qué se sentirá cuando decenas de mujeres te buscan para tratar de sacarte plata, porque a mí nunca me ha buscado ninguna, ni con esa finalidad ni con otra. Pero si el inconsciente argentino tieneun nombre, ese nombre es Maradona: el lugar de la pulsión, la cifra del puro impulso. Habrá que esperar a ver qué pasa en junio, en el mundial de Brasil, para constatar si el componente superyoico progresa, es decir cómo le va a Lionel Messi.
Hoy entendemos que el famoso gol a los ingleses en el mundial 86 (y tanto más el gol a Bélgica, en ese mismo mundial) se debió a la incontinencia: a Diego no pudieron pararlo, pero él tampoco pudo parar. De todas sus incontinencias (la verbal, la gestual, la del consumo, etc., etc., etc.) esa fue sin dudas la más celebrada. Hay otras con las que, probablemente, es difícil estar de acuerdo. Pero la discriminación impúdica que tan a menudo encienden, queriendo valer como refutación, no hace sino confirmar el rasgo: el predominio social de la incontinencia. Eso muestra, eso indica: que hay gente que no puede parar.