COLUMNISTAS
En busca del anonimato

La nueva huella del cuerpo

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Un café, una pieza de pan o el pasaje en el autobús se pueden pagar con tarjeta de crédito en cualquier ciudad de España. En París, en algunos bares, suelen tener algún reparo cuando se intenta el pago virtual de un valor tan pequeño. Tampoco allí, en Francia, los escrúpulos con la pandemia llegaron a puntos tan obsesivos como entre los españoles. Es que el uso universal de la tarjeta, del plástico, es un triunfo de la banca que ha hecho posible el rechazo sanitario a la manipulación de dinero efectivo y de los cajeros.

El país de Europa donde más se ha reducido la circulación de la plata en su versión analógica es Suecia. Solo los ancianos suecos siguen pagando con billetes y monedas, una de las razones por las cuales las autoridades frenaron la tentación de desterrar por completo el dinero en metálico. 

En Suiza, en cambio, viven en el otro extremo: vindican el anonimato y la privacidad a la hora de hacer un pago y se manifiestan preocupados por la huella digital que deja el dinero virtual. De hecho, hay anunciado un referéndum para que la Constitución consagre el derecho de los suizos a mantener el efectivo. Detrás de la consulta hay un colectivo que se hace llamar Movimiento de Libertad Suiza que no deja de sumar adeptos contrarios a las transacciones digitales por el riesgo a ser vigilados.

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Para tener una idea de la circulación del efectivo en Suiza solo basta decir que el billete más alto es de 1.000 francos suizos, el papel moneda corriente de mayor valor en el planeta. En la Comunidad Europea han retirado de circulación, finalmente, los billetes de 500 euros para reducir la economía sumergida y el movimiento de dinero negro. Hace unos años, Cayo Lara, coordinador general de Izquierda Unida de España, planteaba que esta medida fuera acompañada con la obligatoriedad de canjear los billetes en las entidades bancarias o depositarlos de manera certificada. Obviamente, la medida pasó al olvido. Basta recordar que, ante la crisis de 2008, Europa tuvo que elegir entre los bancos o los ciudadanos. Merkel, que en la pandemia abrió un poco la mano, aquella vez no dudó en elegir a los primeros. No sería casual, por lo tanto, el apego de los suizos a los billetes. Parafraseando a Orson Welles en El tercer hombre (la línea no pertenece al guion de Graham Greene; fue improvisada por Welles), el resultado de 500 años de paz y democracia suizas es el reloj cucú y los bancos. 

El psicoanalista Gustavo Dessal recurre al origen secreto del valor del dinero como objeto a través de Freud y la procedencia inconsciente de la dinámica entre la acumulación y el gasto. El excremento constituye el primer objeto que ponemos en circulación en el mercado del intercambio, en este caso amoroso. Es aquello que se nos enseña a guardar (ahorrar) o depositar según las circunstancias, nuestra inicial y más preciosa posesión que —con gran pesar— debemos ceder. Es en torno a este curioso objeto que se trama el primer capítulo de nuestra ambivalencia: ceder o no ceder, esa es la cuestión que se le plantea tanto al niño como a Angela Merkel, con la salvedad de que la excanciller alemana —a diferencia del niño— no se deja sobornar por el amor de la madre como quedó claro con su plan de austeridad en favor de los actores financieros. Con el esfínter anal, aventura Dessal, se puede obrar como con el gasto público: abrirlo o contraerlo. Del mismo modo que el erotismo anal keynesiano se opone al friedmaniano, hay quienes gozan de gastar, así como otros encuentran su placer más exquisito en retener. Esto último demuestra que la idea habitual de que el dinero solo existe en función de aquello que puede comprar es absolutamente falsa. El dinero puede proporcionar un goce por sí mismo, por el mero hecho de su retención y acumulación.

La expresión máxima de esto último puede ser la somatización del dinero o dicho de otro modo, cuasi religioso, el dinero hecho cuerpo. Más de 4 mil suecos se han implantado un microchip en la mano para poder pagar sin utilizar una tarjeta o un móvil.

La huella humana converge con la digital. Lo hemos conseguido: alcanzar la condición de cíborgs por el peor camino posible.

 

*Escritor y periodista.