La paradoja de Aquiles y la tortuga es una de las más clásicas y famosas paradojas de Zenón. Zenón de Elea, que vivió entre los años 490 y 430 a.C. en el sur de ese territorio que hoy conocemos con el nombre de Italia, pretendía demostrar que todo lo que percibimos en el mundo es ilusorio, y que cosas como el movimiento son simples ilusiones, no realidades. Para demostrarlo ideó una serie de paradojas que probaban la inexistencia del movimiento, la infinitud de todas las distancias y la inexistencia del tiempo. La paradoja de Aquiles y la tortuga consiste en una carrera imaginaria en la que uno de los contrincantes, Aquiles, “el de los pies ligeros”, el más hábil y valeroso de los guerreros aqueos, corre una carrera contra otro contrincante, una tortuga, animal conocido por su proverbial lentitud. Dado que Aquiles es mucho más rápido que la tortuga, antes de empezar decide darle una ventaja. La carrera comienza, y rápidamente Aquiles atraviesa ese estadio de ventaja hasta llegar al punto en el que estaba la tortuga. Esta ya se había desplazado unos cuantos pasos hacia adelante, de modo que Aquiles, confiado en su enorme poderío físico, decide cruzar esos pocos pasos hasta llegar de nuevo a donde estaba la tortuga. Pero ella se ha vuelto a mover, y Aquiles nuevamente recorre esos centímetros que lo separan del punto donde estaba la tortuga, que a su vez se encuentra ahora un poco más adelante. Zenón argumentaba con razón que así podíamos seguir hasta el infinito, y que Aquiles jamás alcanzaría a la tortuga.
Lejos de querer emular a Zenón, casi sin querer llegué a elaborar una paradoja similar, que como soy mopdesto y buen observador no llamaré la paradoja de Piro sino la paradoja del periodista y la primicia. La analogía podría seguirse paso por paso, pero para no ser reiterativos pasemos por alto la operación y vayamos al asunto in nuce. La frecuentación cotidiana de noticias lleva muchas veces a ser testigo del nacimiento de ellas (y muchas veces de la muerte, pero hablemos hoy del nacimiento, para la muerte hay tiempo). Siempre entramos en contacto con una primicia no de primera mano, sino gracias a la mediación de un sitio de noticias (o de un periodista, que en la mayoría de los casos trabaja para un sitio de noticias, o si es freelance decide a qué sitio de noticias venderle la primicia, lo que a fin de cuentas es lo mismo). Y he notado que siempre cualquier intento de cualquier medio de presumir por haber sido el primero en haber puesto a disposición del público lector una primicia cualquiera termina desbaratado por la aparición –prova provante mediante– de otro sitio de noticias o de otro periodista que puede adjudicarse haber sido el verdadero propulsor de la primicia, el verdadero descubridor de la noticia. Nunca –pero nunca– el caso puede cerrarse con naturalidad, cediéndole el cetro a alguien específico. Como ocurre con Aquiles el de los pies ligeros, que nunca consigue alcanzar a la tortuga, nunca un periodista o un sitio de noticias puede adjudicarse limpia y absolutamente una primicia. Cuando parece que sí, que antes de él no hay nadie, alguien aparece. Y si damos a ese nuevo alguien por triunfador cometemos un error, porque in situ, sine die y manu militari aparece otro, con los papeles en regla, para birlarle al anterior el tan deseado cetro.
Podemos seguir así hasta el infinito. Siempre aparecerá otro periodista u otro sitio de noticias vanagloriándose de haber hallado una primicia.