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el ECONOMISTA DE LA SEMANA

La política, el problema más complicado de la economía

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La coyuntura económica luce muy bien porque hay un auge del consumo, que se apoya en un crecimiento económico del orden del 8%; también se advierte una lenta y suave recuperación del empleo y la inversión, fundamentalmente en las pymes. Esta bonanza se refleja en la calma que caracteriza al dólar: ha bajado mucho la salida de capitales, y disfrutamos de un fuerte excedente comercial. Las tasas de interés siguen bajas, no hay noticias inquietantes en el mercado financiero y el Merval y los bonos públicos siguen subiendo. No hay riesgos de default ni de corralitos, y nadie espera un súbito cambio de estas condiciones económicas en el corto plazo.

Obviamente, no todo está bien. Para completar el cuadro, deberíamos incluir la mala noticia de la inflación y la creciente pobreza que genera. La inflación anual bien medida, que hace un año llegó al 13%, hoy ya está en casi el doble. Pero es difícil que supere estos niveles en la medida en que el Gobierno mantenga congeladas las tarifas, y una devaluación de sólo el 5% anual. Los procesos de explosión inflacionaria siempre estuvieron acompañados de alzas en el tipo de cambio paralelo, algo que es muy poco probable en este contexto externo tan favorable. Los únicos factores fuera de control parecen ser los aumentos de salarios y los precios de los alimentos, estos últimos ya en niveles elevados.

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Razones de la bonanza. Lo primero que debemos destacar es que esta bonanza tiene muy poco que ver con el Gobierno, y mucho con el mundo. Cuando analizamos las razones de por qué crecemos al 8% en lugar del 4% pronosticado hace un año, nos encontramos con que tres de esos cuatro puntos adicionales tienen que ver con la excepcional cosecha de granos (20 millones de toneladas adicionales por el buen clima 2009/10), con los altos precios de la soja en el mundo (20% de aumento desde 2009) y un Brasil que creció al 9% en la primera mitad de este año y provocó un auge en varias industrias exportadoras, especialmente la automotriz y la metalmecánica. Y también en otras industrias que competían con importaciones brasileñas y que en el 1° trimestre de 2010 estaban frenadas por la mayor demanda interna en Brasil.
Es decir que el 75% del mayor crecimiento no tiene relación con decisiones de la actual conducción económica. El otro punto adicional de crecimiento lo explica la política fiscal, a través del mayor gasto público, fundamentalmente el muy justificable subsidio a la niñez y los inexplicables subsidios en las tarifas públicas, que benefician fundamentalmente a los sectores de mayores ingresos de la Ciudad de Buenos Aires y alrededores. Pero cabe agregar que esta política fiscal expansiva, convalidada por la expansión monetaria, explica el auge de la inflación, que ya fue comentado más arriba.

El Gobierno ha logrado su objetivo de asegurarse un buen momento económico en el próximo año electoral. Aunque no necesariamente esta política económica mejore el bienestar de la mayoría de los argentinos en el corto y en el largo plazo. Y especialmente de aquellos que menos tienen.

Han sabido aprovechar el auge de las exportaciones agrícolas para mantener la calma en el mercado cambiario. Y decidió planchar el dólar en los valores actuales, a pesar de que la inflación sigue muy alta y de la preocupante “alza de los costos en dólares”. Hoy este crecimiento no asusta porque sucede lo mismo con otras monedas, especialmente en Brasil y el resto de la región. En la medida en que el real siga en 1,70 por dólar, nuestro peso puede seguir en los valores actuales, o subiendo de a un centavo por mes.

El Gobierno tiene que asegurarse un elevado saldo comercial, de US$ 10/12 mil millones, para lo cual le alcanza con el boom de la soja y Brasil, y hacer algo de ruido con las importaciones para desalentarlas. Manteniendo reducida la salida de capitales, se asegura que las reservas se mantengan en los US$ 50 mil millones, un ansiolítico en el mercado financiero y cambiario. También debe asegurarse un déficit fiscal antes de intereses que no supere 2% del PBI, con las recaudaciones récord, la soja y la inflación, que le suma ganancias contables.

Así, puede usar las reservas del BCRA, lo que equivale a expansión monetaria, para cubrir las necesidades fiscales, sin recurrir al endeudamiento externo. La inflación, que tanto afecta a los pobres, es funcional a esta política económica. El bajo nivel de endeudamiento es otro factor de confianza en los mercados, que permite mantener muy bajas las tasas, y el consiguiente estímulo al consumo.

Consecuentemente, la situación económica no augura un desmadre en los próximos meses. Y si bien el próximo gobierno heredará la necesidad de ajustar algunos precios relativos, fundamentalmente tarifas, no cabe exagerar tal situación ni mucho menos compararla con la salida de la convertibilidad. Se podrá seguir creciendo y reduciendo gradualmente la inflación, en un mejor clima de negocios, que impulsará nuevas olas de inversiones productivas.

Hoy la situación política es mucho más inestable y dinámica que la económica. Está creciendo la violencia política, la crispación y la agresión a los opositores y a las “corporaciones”, ahora sinónimo de indeseables para el Gobierno. Institucionalmente nos estamos acercando a un conflicto de poderes, de insospechables y muy peligrosas derivaciones. Si esta circunstancia se agrava, no podemos descartar que se multiplique la huida de capitales, lo que podría detonar controles cambiarios y, consecuentemente, la repetición de historias que ya conocimos en los años 70 y 80, algo que hoy parece muy lejano e improbable.

También debemos vigilar la economía internacional: nuestra bonanza tiene mucho que ver con un dólar débil en el mundo. Si esta fase se terminara, y el real de Brasil se devaluase, nuestro peso sufriría tensiones insoportables.