COLUMNISTAS
Respuesta a Fogwill

La política en términos de revancha

En su columna del sábado pasado en Perfil, el escritor Fogwill se ocupa extensamente de mi persona. Enmarcado en su retrato oval, con el gesto adusto de quien vela contra las desviaciones en nuestra cultura, me acusa allí de crímenes.

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En su columna del sábado pasado en Perfil, el escritor Fogwill se ocupa extensamente de mi persona. Enmarcado en su retrato oval, con el gesto adusto de quien vela contra las desviaciones en nuestra cultura, me acusa allí de crímenes leves como la hipocondría o la homeopatía, y de uno más serio, agravado por la complicidad con Flavia de la Fuente, mi mujer: en nuestro blog, La Lectora Provisoria, proponemos el voto por el Acuerdo Cívico y Social en las próximas elecciones.

La decisión le parece a Fogwill motivo de escándalo, o al menos así está visto desde la retórica del artículo, donde el autor simula creer que el sitio ha sido objeto de una interferencia para concluir después que se trata de un mal funcionamiento de nuestra inteligencia. Aunque uno nunca puede estar seguro de lo que piensa ni de lo que hace –y menos en materia política–, tiene en cambio el derecho a votar y hasta a proclamar públicamente por quién se vota. Pero por alguna razón Fogwill parece creer que ciertas decisiones sobre el sufragio merecen no ya el rechazo sino la burla socarrona y la sospecha sobre la salud mental de quien las toma. Convengamos que Fogwill nunca demostró un gran aprecio por la práctica electoral y, en ese sentido, se inscribe en la tradición de desprecio hacia las formas republicanas practicadas por buena parte de los intelectuales argentinos. En ese sentido, no es casual la furia que despierta en ciertos círculos la fuerza política que más defiende los valores de la democracia representativa (que abarcan, qué duda cabe, la justicia social) y a la que uno vota, en buena medida, porque los considera amenazados por el Gobierno. No, como supone Fogwill citando a Jorge Asís, porque crea que Carrió va a mandar preso a Kirchner.

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Pero Fogwill piensa la política en términos de revancha y por eso considera que la discusión sobre las elecciones actuales está saldada definitivamente desde hace treinta años. Vengador tardío de lo que él llama la “dictadura cívico-militar”, afirma que el partido radical le “prestó trescientos intendentes y miles de cuadros administrativos en la ciudad y la provincia de Buenos Aires”. Y ya está, los radicales y sus aliados serán entonces cómplices de asesinato hasta el fin de los tiempos, mientras que sobre otras fuerzas políticas no cabe traer a colación su pasado. Es curioso que Fogwill llame a Elisa Carrió “la gorda del crucifijo” y que finja ignorar que los candidatos actuales del radicalismo no son esos intendentes de la dictadura pero que no haya razonado de un modo análogo cuando defendía a Juan Pablo II como héroe de la lucha contra el aborto sin achacarle previamente las atrocidades cometidas por la Iglesia Católica a lo largo de su historia. Y que también olvide, de paso, que los radicales fueron a principios de los 70 la única fuerza política importante que no auspició la eliminación física de sus adversarios ni contribuyó a la violencia política de esa época. Ese no es un motivo para votarlos hoy pero sí, al menos, para evitar juicios tan unilaterales.

También es curioso que Fogwill sugiera que el deplorable acto de votar por el Acuerdo Cívico es equivalente a hacerlo por “el fango duhaldista De Narváez-PRO” cuando hace pocos meses colaboraba con los equipos culturales del macrismo. Es cierto que de la lectura de sus columnas recientes surge que se ha desencantado de ese partido pero de nuevo resulta que el arrepentimiento es sólo aceptable en ciertos casos. De todos modos, la falta de coherencia (una cuestión personal, en definitiva) viene unida aquí a un rasgo mucho más reprochable, signo de la prepotente irracionalidad de buena parte de nuestra clase intelectual: el uso de la falacia que consiste en invocar los derechos humanos del pasado para despreciar en el presente la transparencia, la honestidad y las libertades civiles. Un modo más de acumular argumentos por los cuales el kirchnerismo nos debe gobernar por cuarenta años más ya que la oposición y sus votantes no merecen más que la descalificación de antemano y para siempre.


*Periodista y escritor.