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La quietud del cambio

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Nos fascina el movimiento, la ruptura, las discontinuidades. Pensar tan solo en la producción de los historiadores, más abultada hacia los grandes eventos que sus relatos sobre la vida cotidiana, nos da una idea de la dimensión de nuestra pasión por el cambio.
Como nuestro presente sería el resultado de enormes acontecimientos pasados, deberíamos esperar otros tantos grandes sucesos en el futuro cercano y premiar a quién más atento esté a ellos. Hay hasta una competencia por ver quién observa el cambio primero y entonces evaluar la labor del historiador, sociólogo o economista, por su nivel de acierto.

Para la sociología todo es un poco más fijo, y esto mismo no debería perderse de vista cada vez que una encuesta muestra movimientos. Cuando estudiamos la sociedad, la observamos como un cuerpo estable cuyas estructuras pueden ser explicadas en sus funciones básicas. Vivimos en familia, vamos al colegio, decimos “hola” al comenzar una charla, tenemos amigos y trabajamos.

Pero parece que a cada instante todo está a punto de explotar. Aunque la vida sea bastante repetitiva, cada noticia nos invita a imaginar un cambio de mundo, hasta que viene otra atrás que olvida la anterior y vuelve a cambiar el mundo mientras los especialistas desfilan por los medios para explicar ese cambio. Los medios de comunicación estimulan a la sociedad con problemas que necesitan ser resueltos y estos problemas se presentan bajo el formato de una afrenta a la moral pública. Los encuestadores, casi todos sociólogos, dejan de pensar en términos fijos y caen en la tentación del cambio. Modifican su visión sociológica y pasan a otra más vinculada a las noticias en la que las encuestas demostrarían objetivamente que todo efectivamente está cambiando.

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Pienso, en realidad, que lo que nos ha ocurrido durante la realización de la encuesta demuestra que nunca es bueno hacer un relevamiento al momento mismo de un evento de alta conmoción social. Sí sería interesante evaluar cuánta gente observó el programa de Lanata o cuántos otros se enteraron porque le contaron amigos o familiares. Pero en esos días no es bueno medir otros temas que pueden estar exageradamente sensibilizados por esa noticia. ¿Por qué razón hay que hacer el análisis de sangre con doce horas de ayuno? Porque algunos valores como el colesterol o la glucemia pueden dar elevados sin que esto signifique enfermedad.

El informe de Lanata cayó justo en medio de la realización de nuestra encuesta, lo cual nos permite hacer un ejercicio interesante. Hasta el informe televisivo, el 57% de los encuestados hasta ese día había señalado que tenía una imagen positiva de Cristina Kirchner, luego del programa ese valor descendió a 48%. La cantidad de entrevistados que mencionaron la corrupción como principal problema hasta ese día fue del 4%, luego del informe y hasta el final del trabajo de campo, subió a 14%.

Así como pensamos el cambio, debemos pensar las continuidades. Para evaluar si esta baja tiene efecto estructural, hay que esperar, darle horas de ayuno a la sociedad. Incluso véase que el valor final de imagen de la Presidenta ha mejorado. En su historia como primera mandataria ha estado casi siempre con mejor evaluación positiva que negativa, y, en todo caso, el valor final de nuestra encuesta dialoga con esa tradición más que con otra de cambio. El Gobierno ha estado expuesto ya a varias noticias, y la historia lo ha dejado con el tiempo salvado de ellas. La sociedad, justamente, es más repetitiva de lo que parece, a pesar de que el noticiero nos haga sentir que vivimos en una tormenta infernal sin fin.

 

*Sociólogo. Director de Ipsos-Mora y Araujo.