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una respuesta

La reina del colesterol

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Más de una vez he recibido réplicas a mis artículos. Recuerdo especialmente una que me hizo Pacho O’Donnell, por una nota mía sobre el Che Guevara, y otra de Santiago Kovadloff, que versaba sobre el papel de los intelectuales en la Argentina, ambas en el diario La Nación y ambas con gran tono y estilo. Lo que nunca me había ocurrido es recibir descalificaciones e injurias tales como las que me inflige el señor Alberto Cormillot en su intento de réplica a mi columna sobre Doña Petrona. Decirme fóbico, maníaco, sugerir que soy un enfermo mental o afirmar que todo mi artículo es una errata no son sino muestras explícitas de intolerancia. No busca debatir sino insultar.
La réplica contiene falsedades: en lugar alguno de mi nota dije que Doña Petrona no sabía cocinar. Como sostiene un sabio, el juez Carlos Fayt: “Las opiniones son libres; los hechos, sagrados”. Pero yendo al núcleo de la cuestión, la réplica misma no sólo deja en pie todos mis argumentos, sino que los refuerza. No acuso a Doña Petrona, sino que señalo que su figura es un reflejo de gran parte de la sociedad argentina, que es un emergente de ese imaginario colectivo: conservadora, reaccionaria, patriotera y católica a la cachetada. Y el señor Cormillot no controvierte estos rasgos como típicos de Doña Petrona, los acepta y hasta los celebra, tal vez porque para él no sean ningún problema. Para mí sí lo son. A la salida de esta larga pesadilla que es el kirchnerismo tenemos que ir hacia un gobierno liberal y progresista, y esas notas no son propias ni del liberalismo ni del progresismo. No se puede ser conservador en una sociedad que no se desarrolla, que tiene pobres durmiendo bajo los aleros de los edificios públicos, que sigue discriminando a los viejos, que no tiene educación pública, que es violenta, que apaña lúmpenes y que “arregla” a los pobres con subsidios al transporte. No se puede ser patriotero en un mundo globalizado que requiere porosidad e interacción económica y cultural. No se puede seguir creyendo que el trabajo se consigue rezándole a la virgencita cuando lo que se necesitan son inversiones que movilicen los recursos dormidos. Es menester un revulsivo que nos saque de esa suerte de medievo cultural. Y para eso, para que el pueblo despierte, hay que decodificar las pedagogías ocultas que nos han contaminado y que hoy, bajo otras versiones no menos inquietantes y tal vez más sofisticadas, nos siguen contaminando. No es ensañarse con enemigos imaginarios del pasado, sino desenmascarar las brujerías y pócimas, aparentemente inofensivas, que siguen operando en el presente.  
Es el propio Cormillot quien admite que las recetas de Doña Petrona eran caras, pero que cada tanto los pobres podían darse el gusto. Curiosa forma analgésica de defender a los pobres: la cuestión sería que cada tanto se puedan dar el gustito, no vaya a ser cosa que reclamen la movilidad social ascendente y se modifique la sociedad feudal y de castas que propone el modelo conservador. ¿Qué es eso del “gustito” sino una metáfora exacta del subsidio de los populismos? No es la Biblia y el calefón: es precisamente lo mismo.
Pero lo más notable es que sea un médico quien no sólo sugiera algunos diagnósticos posibles para el autor, es decir para mí, como si pudiera telediagnosticar por el contenido de un artículo, técnica más propia de un curandero que de un profesional, sino que además, siendo un médico especializado en alimentos, haga una apología acrítica de quien, le guste o no, ha sido llamada por muchos “La reina del colesterol”, ya que sus recetas no les hacían feo a ingredientes probadamente nocivos.

*Escritor y periodista.