El mundo es complicado, querida señora. Sí, ya sé que usted se ha dado cuenta hace mucho tiempo y sé que no le digo ninguna novedad. Es complicado e incómodo porque a una le da por explicar, organizar, aclarar, y de repente se da cuenta de eso, y de que todo esfuerzo termina en casi la nada. Es fácil explicar y organizar el limitado mundo doméstico, pero puertas afuera, sonamos. Vi hace poco el anuncio de una película para infantes en la que hay una reina malísima y dije ah bueno, así sí que se puede. Pero como lo dije antes, el mundo es ancho, ajeno y complicado y la teoría cierra con moño pero de mucho no sirve. Por ejemplo, me encanta eso, las monarquías, que son sistemas que ya, vamos, se van quedando en la nada a menos que se trate de una reina elegante, discreta y argentina, ¿no? Me gustan. Un señor que está allá arriba y dispone a su gusto y placer. Qué bien. Claro que hay algunos que están de adorno nomás y el parlamento decide. Y bueno, nada es perfecto en este mundo. Perfectos son los cuentos de hadas en los que hay como en las películas de las que le hablaba, una reina más mala que una araña que levanta este dedito y decide la suerte y la desgracia de todos los que la rodean sin que le importe un pepino eso que se llama el pueblo, la gente, los ciudadanos, perdón, quise decir los súbditos. Así da gusto, vea. Una sabe de qué va la historia y qué es lo que se puede y se debe esperar: la contrafigura, que también está perfectamente caracterizada en los cuentos de hadas, la heroína, la hembra alfa (¿por qué va a haber sólo machos alfa, eh?) que va a salvar a todos y todas y reinará la felicidad para siempre… bueno, es un decir. Para siempre hasta que la nueva que era buena y dulce se convierta en reina absoluta. Ufff, ¿es que no tenemos salvación? Ah, no, no nos pongamos fatalistas, revisemos los cuentos de hadas que en alguna parte debe estar el secreto de la felicidad. A menos, claro, que el secreto sea ése: la esperanza.