COLUMNISTAS
VOTO TESTIMONIAL

La sociedad que no se tiene confianza

A los extranjeros que miran a la Argentina desde afuera les cuesta entender cómo este país que mantiene una calidad de vida en muchos aspectos envidiable, tiene los problemas que tiene y convive con un asombroso número de personas que viven en condiciones de extrema pobreza.

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A los extranjeros que miran a la Argentina desde afuera les cuesta entender cómo este país que mantiene una calidad de vida en muchos aspectos envidiable, tiene los problemas que tiene y convive con un asombroso número de personas que viven en condiciones de extrema pobreza. En cambio, muchos argentinos, conscientes de los bajos estándares de nuestro Estado, la deplorable calidad institucional y la anomia generalizada en la vida cotidiana, se preguntan más bien lo contrario: como puede ser que nuestro país no esté sumido en un caos indescriptible.

En los hechos, en la Argentina los procesos se desarrollan en distintas napas sociales. En algunas de ella las cosas funcionan, en otras no. Casi todo lo que funciona está en manos de las personas, empresas y organizaciones privadas y de la sociedad civil. Pocas cosas en manos del Estado funcionan bien. Es cierto que no todo es blanco y negro; también hay cosas que no funcionan bien en la actividad privada y en la sociedad civil, y algunas funcionan bien en el ámbito del Estado. Pero las excepciones no cambian la tendencia: lo privado tiende a andar bien, lo público no. En el balance, la sociedad funciona mejor de lo que ella misma cree. Confía poco en sí misma.

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Estos días tenemos una buena muestra de lo que nos pasa en el ámbito colectivo: la discusión sobre las candidaturas “testimoniales” que encabezarían personas que están ocupando cargos ejecutivos y que no van a asumir los cargos legislativos para los que eventualmente serían votados. La idea de impulsar a gobernadores e intendentes a encabezar listas de candidatos legislativos sin duda parece casi surrealista. Pero, por otro lado, en los hechos hace años que venimos votando a candidatos que no asumieron –o asumieron y abandonaron antes de tiempo– las posiciones para las cuales fueron votados anteriormente, sin hablar de algunos que –desde afuera del actual oficialismo– están haciendo lo mismo.

El núcleo de este asunto es que muchos votantes no creen en el valor de la función legislativa, no creen en el poder de su voto para construir una representación democrática. Pueden brindar testimonios, votando, protestando en la calle o hablando con sus amigos; pero no pueden ejercer poder porque no sienten que disponen de él. El voto “testimonial” está en nuestra cultura política desde hace años. No debería sorprendernos que un día de estos alguien proponga a Raúl Alfonsín para encabezar una lista de candidatos a diputados; no habiendo ya ningún riesgo de que asuma su banca, ese voto sería “testimonial” por donde se lo mire –porque Alfonsín ha pasado a ser testimonio de valores cívicos que añoramos, pero que no cultivamos– y el ciudadano podría irse satisfecho a su casa después de votar. No vota para elegir un diputado, sino para dar testimonio.

En el ámbito público, los argentinos sentimos que carecemos de poder. Por eso el ámbito público no funciona bien. En nuestra vida privada, para bien o para mal, ejercemos el poder del que disponemos. Y, en general, no lo hacemos tan mal. Nuestros empresarios no lo hacen mal, nuestras organizaciones sociales no lo hacen tan mal, las personas corrientes nos desempeñamos razonablemente bien o más que bien. Aun quienes tienen muy poco poder, quienes viven con un enorme exceso de expectativas y carecen de todo recurso de poder, ejercen bastante bien esa pequeña cuota de poder que las circunstancias les conceden para manejar sus asuntos privados, su propia vida. Pero no lo hacemos en el ámbito público.

Cuando algo anda mal en la vida de un argentino promedio, es esperable que diga, o piense, que algo va a poder hacer para enderezarlo: “ya lo voy a resolver”. Cuando se trata de lo que no anda bien en el ámbito público, la expresión más frecuente es “no podemos hacer nada”.

Cuando hay confianza dentro de una familia, de una empresa, de una organización social, muchas de las cosas que se busca que ocurran efectivamente suceden. Lo que no funciona en la Argentina es el ámbito de lo público, porque los argentinos nos conectamos con ese ámbito sin confianza; lo hacemos simbólica y “testimonialmente”. La sociedad sin confianza no puede arreglar los problemas colectivos.


*Sociólogo.