Kagemusha, la sombra del guerrero es una gran película de Akira Kurosawa, filmada en 1980 como una costosa superproducción gracias al oportuno aporte de fondos americanos (y Francis Ford Coppola y George Lucas como productores ejecutivos), y es también, más famosamente por estos días, el nombre de fantasía de una de las empresas offshore del clan Macri, inscripta en 1981. Su existencia ahora escandaliza a la mitad del arco político, muchos de cuyos integrantes no deben de haberse incomodado a la hora de poner sus dedos en prácticas semejantes, y arranca exclamaciones de lealtad al Presidente similares a las que profirió el protagonista del film, y que al cabo le costarían la vida.
La historia es sencilla y conmovedora y extraordinaria. Takeda Shingen, un señor feudal y gran guerrero del período Sengoku, es herido de muerte y pretende ocultar el hecho a los ojos de su enemigo, Tokugawa Ieyasu, para que éste no aproveche la circunstancia a favor de sus propios intereses bélicos. Providencialmente, el hermano de Shingen detecta a un ladrón de poca monta que tiene enormes similitudes con el herido, al que termina sustituyendo tras su muerte. La película cuenta la progresiva identificación del ladrón con la figura del gran señor, su fracaso episódico y su sacrificio final por un ideal ajeno: el modo en que un fantasma encarna hasta volverse íntegramente lo que imita. En otro nivel, también narra el comienzo de la occidentalización (modernización) del Japón a través de la incorporación de las armas de fuego, que vuelven obsoletos el heroísmo físico y la destreza del samurái, sustituyéndolos por el frío anonimato del soldado serial y por la distancia de disparo.
Hasta el día de hoy, nuestro modernizador presidente ha encontrado tres kagemushas del offshore: Marcos Peña, Lilita Carrió y Laura Alonso. Claro que nuestra película recién empieza.