No me refiero a la filosofía cuando se dedica al humor simplote, digamos como en el caso de Žižek. No. Más bien pienso en una suave sonrisa, en la crítica en el momento que linda con la burla o, más allá, con la ironía. Encontré algo así en la clase del 16 de enero de 2002, de Derrida, publicada en Seminario. La bestia y el soberano. Volumen 1, 2001-2002 (Manantial, Buenos Aires, 2018, traducción de Cristina de Peretti y Delmiro Rocha). Allí Derrida desparrama sorna sobre Homo sacer I. El poder soberano y la nuda vida, de Agamben. Derrida comienza diciendo que en ese libro hay “referencias valiosas” e invita a los alumnos a leerlo “con atención”. Pero luego le reprocha a Agamben su lectura de Rousseau, en especial el olvido sobre el lugar de los lobos (recordemos que es un seminario sobre las bestias, los animales y su relación con el soberano) tal como aparece en Rousseau. Luego, Derrida avanza sobre el texto de Agamben para señalar que el mismo autor que olvida algo clave, es decir Agamben, es el mismo que en su texto indica que tales o cuales filósofos “son los que hicieron cosas primero, primeras veces inaugurales, acontecimientos que fueron pasados por alto (…) que habrían sido ignorados, de modo que el autor de Homo sacer sería el primero en decir quién habría sido el primero”. Y luego sigue esta frase de Derrida: “Lo subrayo con una sonrisa”.
En los párrafos siguientes esa sonrisa se despliega. Derrida comienza a citar frases de Agamben como “Hegel fue el primero en comprender hasta el final”, a lo que Derrida agrega: “Por supuesto queda por saber lo que quiere decir, lo que el autor sobreentiende por ‘hasta el final’”. Inmediatamente, Derrida vuelve a citar a Agamben: “Píndaro, el primer gran pensador de la soberanía”. Y agrega Derrida: “Lo mismo ocurre con ‘gran’: ¿a partir de qué talla se es ‘grande’?”. Aquí Derrida ya entra en el terreno de la cachada, que no se detiene: “Página 153 (del libro de Agamben), de nuevo, más adelante (…) nos llega ‘Karl Löwith, quien definió el primero el carácter fundamental de la política de los Estados Unidos como ‘politización de la vida’”. Y a continuación, otra frase en sorna sobre la compulsión de Agamben a decretar “primeros” en la filosofía, con una nueva cita a Homo sacer: “Lévinas fue el primero…”. Pero acá las cosas comienzan a cambiar: Agamben se mete ya no con Píndaro o Löwith, sino con Lévinas, alguien muy cercano a Derrida, alguien “suyo”. Y entonces Derrida pierde la sonrisa y comienza a enojarse: “Homo sacer pretende descubrir por primera vez ‘el verdadero sentido de la relación entre Heidegger y el nazismo, lo cual (los defensores de Heidegger) han olvidado hacer’”. Sigue Derrida: “Aquí también sonreímos, no solo porque tendríamos tantas pruebas de lo contrario, sino porque el concepto de descuido es de los más sobrecargados, múltiple en sus diferentes lógicas, necesariamente oscuro y dogmático cuando se lo maneja como acusación, vago por definición en sus usos”. Derrida aquí ya no sonríe o, en todo caso, la suya es una sonrisa amarga, irritada. Y remata, dirigiéndose a Agamben: “Siempre se es a priori descuidado, especialmente en la acusación de descuido. ¿Qué es descuidar? (…) Descuidar es una palabra abismal que no habría que utilizar de manera descuidada o negligente, y que no habría que dejar de descuidar analizar constantemente”.