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La sordera en la poesía

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| Cedoc

¿Qué es todo lo que realmente pasa en ausencia de lengua hablada? Escribiendo un espectáculo con traductores me topé con un hilo en Twitter de Verónica Sukaczer, escritora hipoacúsica devenida sorda, que cuenta por qué a los niños sordomudos les es más difícil el aprendizaje de la gramática: al no escuchar nada, su memoria no retiene las repeticiones circundantes y, por tanto, hay que proporcionarles un sistema equis para que armen las oraciones de su cabeza y las traduzcan a lenguaje de señas. El orden en la LSA es desquiciado, bah, tanto como cualquier lengua extranjera: tiempo, lugar, sujeto, pronombre posesivo, adjetivos, verbos y negación (si la hubiere). “Mi familia y yo no iremos mañana a casa de mi abuela” se armaría en su cabeza (en su realidad) como: “Mañana, casa abuela mía, familia mía, yo, vamos, no”. 

¿Qué es entonces la lectura (y la literatura) para ellos? ¿Es cosa de Satán, es de extranjeros? ¿Por qué aparece lo escrito en un orden distinto de aquel con el que el cerebro ha aprendido a armonizar el mundo? Toda lectura ocurre en una lengua extranjera aunque aprendible. Pero sin LSA, sin matriz, el sujeto carecería por completo de lenguaje. No puede adquirir ninguna lengua natural y directamente de lo escrito, ya que es obvio que para leer hay que ir voluntariamente a las letras, jeroglíficos, mientras que en la escucha, las cosas vienen solitas a nosotros. Oímos a padres, hermanos, verduleros, Anamá Ferreyra y repetimos, repetimos, repetimos, nos acostumbramos hasta que toda esa improbable cacería de fonemas se nos hace muy normal.

Y bien: quienes no somos sordomudos, ¿no traducimos también cuando creemos que simplemente hablamos? Traducimos impulsos, miedos, intuiciones, matices en palabras y estructuras que copiamos del entorno. Si ese entorno fuera silencioso, entonces deberíamos –como los sordos– armarlo de modo artificial. 

Cada sordomudo habla en solitario un ideolecto. Y se expresa en otra cosa. Así también cada poeta.