¿Era previsible que se cayera el Muro antes de 1989? Ni los expertos más eficientes del mundo comunista advirtieron que ello podía suceder. Mucho menos que el derrumbe fuera total y definitivo a partir de aquel momento de lo que se conocía como la “órbita roja”, que más que socialista revolucionaria era conducida por burócratas de buen vivir, de pensamiento anquilosado, escasa apertura mental, censura y ocultamiento de la verdad, imposibilitados para hacer funcionar la economía cotidiana de cada una de las naciones.
Tuve la oportunidad de visitar como periodista la Unión Soviética en 1989, antes del espectacular suceso del Muro destruido. Todo indicaba entonces que aquella gran potencia estaba exhausta, que la perestroika y la glasnost no habían contentado al gran público. La libertad no era plena y resultaba un engaño. El ocultamiento informativo que se desarrollaba desde el Estado, una falacia. Para viajar de ciudad en ciudad, se necesitaba una visa en el pasaporte de cada ciudadano.Un especialista de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética me confesó, anonadado, que el gobierno había decidido echar al director de una importante empresa estatal de industria básica por ineficiente y por corrupto. No pudo removerlo. Los representantes de los obreros se opusieron a la medida y el Kremlin quedó atado de pies y manos. La connivencia entre la conducción y los sindicalistas corruptos era manifiesta.
Así, la suerte del sistema estaba trazada de antemano: falta de estímulos económicos, tecnología obsoleta (salvo la dedicada al armamento y al espacio), imposibilidad de trazar planes de largo plazo, ceguera política. Y situaciones incomprensibles. Para productos de alimentación diarios había que hacer largas colas. Nunca llegaban los tomates a Moscú. Y los profesionales usaban los portafolios del trabajo para guardar las papas. El mundo soviético ingresó en un pantano y no por culpa de la Guerra Fría ni por la competencia del otro gigante, el norteamericano. El dilema de la vivienda no estaba resuelto. Un pedido de mudanza a otro hogar más amplio requería esperas de 10 años y la entrega de un automóvil nuevo, seis años.
El gran problema a posteriori fue que los “reformadores”, los “antisoviéticos” que surgieron de la nada propusieron inyectar la “economía de mercado más extrema”.
Fue un grave error. Hizo posible, en aquel descontrol, que los ex directores de las empresas estatales junto con los ex sindicalistas se quedaran con ellas, casi regaladas, sin valor. Integraron la legión de la “oligarquía”, de los grandes jerarcas, ésos que se pasean en yates imponentes por el Mediterráneo y han comprado mansiones en la Costa del Sol, en la Costa Azul y en California; adquirieron palacios en Inglaterra o se volvieron propietarios de equipos de fútbol en el mundo.
Eso sí: nada pudieron hacer sin establecer una sociedad estrecha con los anteriores servicios secretos, con la KGB. Vladimir Putin, ex KGB, inició su carrera política apenas en 1991 como colaborador de un corrupto alcalde de San Petersburgo. En tan sólo 18 años, es el popular e indiscutido líder supremo, el hacedor. El resto de los rusos es mayoritariamente pobre e insatisfecho.
Pocas naciones socialistas se estabilizaron. La República Checa, Eslovaquia, Polonia y pare de contar. Las dos Alemania se unificaron pero a un costo fiscal monumental sin hacer posible una integración efectiva entre el antiguo Este y el Oeste del país. La desocupación reina en la ex Alemania Oriental (no en vano es allí donde aparecen brotes de racismo y sangrienta intolerancia) y los ex ciudadanos comunistas, si se ubican, reciben salarios menores y otros maltratos. Yugoslavia se convirtió en un archipiélago donde todos se odian y por los Balcanes pasa la droga y la prostitución que inunda el Occidente de Europa. Los países del Báltico viven una crisis financiera extrema.
A 20 años de la caída del Muro, falta muchísimo por resolver. Dependerá de los líderes políticos que no aparecen por ahora.
*Periodista, especialista en Economía.