El título de esta nota, como el de la gran película de Luchino Visconti de 1948, sugiere hoy las muertes, destrozos y pánico del terremoto de México y de los huracanes que han devastado el Caribe. En esta época de robots, naves estelares e internet, las catástrofes naturales generan el mismo estupor e impotencia que el que habrán experimentado los dinosaurios ante la caída del asteroide que acabó con ellos hace 65 millones de años, cuando la especie humana era todavía un protozoo. Y así seguirá siendo, cualesquiera sean los recursos que inventemos. Un día cualquiera, una colisión masiva en el centro del planeta; algún estornudo del Universo, podría acabar con todos nosotros; desde los miserables del mundo, pasando por los famosos de la tele y los piqueteros del Obelisco, hasta los multimillonarios, el todopoderoso Pentágono y el bocón Donald Trump.
Los grandes filósofos se han afanado por dilucidar el dilema del único bicho que, porque razona, es capaz de modificar en su beneficio ciertas cosas de la naturaleza, pero sigue tan inerme como cualquier insecto ante los humores del Universo. ¿Es Dios; es la naturaleza? Baruch Spinoza concluyó que puede ser una cosa o la otra, pero que en cualquier caso se trata de una cuestión que probablemente se nos escapará por siempre. Que por lo tanto, debemos abocarnos a lo que sí podemos modificar para bien; la convivencia humana. Escribió pues una Etica y un Tratado teológico-político. Y afirmó: “No son las armas las que vencen los ánimos, sino el amor y la generosidad”.
Esta introducción filosófica de manual escolar requiere de otra cita para entrar en tema. Albert Einstein, físico-matemático llevado a conclusiones filosóficas, afirmó: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. De la del Universo no estoy seguro…”.
Y aquí vamos. Mientras México se derrumbaba y al Caribe se lo llevaba el viento, Donald Trump y el norcoreano Kim Jong-un intercambiaban insultos y desafíos de matones de barrio, con la diferencia de que el día en que cualquiera de los dos tire el primer puñetazo, muy probablemente vuele todo el planeta. En Alemania, el partido neonazi entró al Parlamento por primera vez desde la última Guerra Mundial, convertido en la tercera fuerza del país con el 13% de los votos y 93 representantes; en la estela de sus homólogos franceses, holandeses, ingleses, belgas, húngaros, austríacos, dinamarqueses, suecos, finlandeses y andamais (http://www.pressreader.com/argentina/perfil-sabado/20131019/282879433487570).
El resto del mundo está peor –pobreza y migraciones masivas en aumento; dictaduras; populismos; conflictos varios– pero la referencia es a los países democráticos desarrollados, porque allí la estupidez humana parecía ir transmutando en lógica, en razón, sobre la base del desarrollo material y modos civilizados de convivencia y reparto; en particular en los países nórdicos.
Hasta que en 2008 les llegó la crisis y ahora se reitera “el clima” de 1930, a pesar de que el desarrollo productivo hace factible hoy lo que siempre fue utopía: una vida digna para todos los seres humanos. Aquí habría que citar a Carlos Marx, pero no hay espacio. Subrayemos sólo que mientras el capitalismo, hoy global, no encare otro modo de reparto del trabajo y la riqueza que éste genera, todo seguirá empeorando. Las economías y las democracias se degradan. Las alternativas de la razón son abandonadas y por lo tanto se esfuman: es el caso de los partidos socialdemócratas. El desconcierto es tal, que hasta se esgrime una “razón populista”.
En 1948, Visconti no se refirió a temblores de tierra, sino a la explotación de humildes pescadores sicilianos. A principios de 1930, también Hitler y Mussolini, como hoy Trump, Kim Jong-un y varios otros, fueron considerados “excepciones”; “accidentes”, sin considerar las causas que los engendraban. Y pasó lo que pasó.
* Periodista y escritor.