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La traducción como destiempo

La traducción subsiste aprovechando subsidios y jugando apuestas ingeniosas

Tabarovsky
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El rasgo que define eso que ahora se ha dado en llamar “política de la traducción” es el azar. Las razones por las que los autores son (o no son) traducidos pertenecen al orden de lo aleatorio, del accidente, del desorden editorial. La corrida de un rumor en la Feria de Frankfurt y… ¡ßMarchen cinco traducciones en alguna editorial española! Por supuesto que no todo es así, todavía quedan editores que saben leer (y armar) un catálogo, que toman la traducción como parte de un plan editorial pensado. En la Argentina, la traducción subsiste de ese modo, aprovechando subsidios, derechos libres, jugando apuestas ingeniosas y ocupando todos los resquicios que deja el mercado español (la nueva convertibilidad de tres pesos por un dólar ha vuelto casi imposible pagar derechos de autor en euros), como queda claro en los buenos catálogos de traducciones que van armando editoriales pequeñas como Beatriz Viterbo o Caja Negra.
Cuando leemos a un autor en traducción, en general lo hacemos sin tomar en cuenta el orden en que fueron publicados originalmente los libros. Es común que el primer libro traducido al español no sea el primero que se publicó en su país. Por lo tanto, leemos ese libro sin conocer la obra anterior, ni mucho menos el contexto en que apareció el libro (yo disfruto mucho de esa displicencia de la lectura; siempre hay tiempo para leer la obra de un autor en orden, como corresponde, y estudiarla a fondo).
Pensaba en todo esto mientras leía Categorías de lo impolítico, del filósofo italiano Roberto Esposito, publicado este año en castellano por la Editorial Katz, originalmente editado en Italia en 1988. Sin embargo, gracias al azar, varios libros suyos publicados en italiano después de 1988 ya habían visto la luz en español bastante antes de 2006. Yo había leído dos de ésos, ambos publicados por la Editorial Amorrortu: Comunitas (en italiano de 1998, en castellano de 2003), e Inmunitas (en italiano de 2002, en castellano de 2005).
La obra de Esposito venía precedida de un cierto renombre, e incluso recuerdo que ambos libros me fueron recomendados por un amigo de confianza. Pero en verdad ninguno de los dos me interesó; al contrario, de alguna manera incluso me irritaron. Me pareció que Esposito era otro de esos autores (muy corrientes en el pensamiento italiano contemporáneo, como Franco Rella o Sergio Givone) que, aunque fino y erudito, renunciaba muy rápidamente a la ambición de pensar en términos críticos; reemplazando la filosofía por la historia de la filosofía, las ideas por la historia de las ideas.
En Comunitas, Esposito retoma una serie de conceptos e intuiciones de autores como Jean-Luc Nancy, Blanchot e incluso Derrida que, bajo la influencia de Georges Bataille, repiensan la noción de comunidad desde una perspectiva de izquierda radical (con todo el riesgo que eso implica: la comunidad está históricamente asociada con la religión, con el fascismo o con cualquier pensamiento que se oponga al ideal de emancipación social), para convertir ese pensamiento del riesgo en una simple historia de la noción de comunidad, tal como aparece en Hobbes, Rousseau, Kant, etcétera.
De hecho, había decidido no leer otro libro de Esposito. Pero hace unas semanas tenía ganas de leer algo y no sabía qué. Entré a la librería de mi barrio, y me encontré con Categorías de lo impolítico. Y resulta que es un gran libro, lleno de ideas personales, de lecturas a contracorriente, de interpretaciones novedosas. Nuevamente Bataille ocupa un lugar central, pero aquí no lo lee como un punto de pasaje en la historia de un concepto, sino como un delta teórico con el que hay que discutir, dialogar o regañar. En este libro el filósofo piensa, no redacta pertinentes manuales para sus colegas profesores.
Es curioso: su libro más reciente en castellano es notoriamente mejor que sus dos anteriores aunque, en realidad, originalmente fue escrito antes que los otros. La traducción es eso: un destiempo. A medida que Esposito fue perdiendo el rumbo en italiano, lo fue encontrando en español.