¡Llegamos! Los responsables de la política económica hubieran pedido prestado un poco de la apatía que invadió el mundo político en vistas a una elección presidencial.
El objetivo del Gobierno fue, ni más ni menos, llegar más o menos indemne a las urnas, con las variables controladas. Unas, con autoridad, como los niveles de producción y el desempleo, y otras con alambre como la estabilidad de precios y las variables monetarias. A partir de mañana, será otro el cantar, los planteos y las recetas.
La marejada financiera internacional, algo que a su pesar no pueden controlar ni los decretos ni los superpoderes presupuestarios, siguió alterando un panorama que, luego de casi cinco años de viento a favor, amenaza con cambiar de dirección.
El euro tocó su máximo histórico: US$ 1,44, el barril de petróleo a US$ 92 para el West Texas Intermediate y el oro a casi US$ 770 la onza.
Sin embargo, a diferencia de otros momentos álgidos como el provocado por conflictos en Oriente Medio o la crisis de los rehenes en Teherán, la economía mundial continúa lanzada por las locomotoras de los países que hace rato dejaron de ser emergentes, como China, India y ahora Rusia.
La transferencia global de ingresos es brutal: los ganadores y perdedores no son los mismos de siempre. El ícono de tales cambios es un ruso (Roman Abramovich), dueño del club campeón de la Premier League en Gran Bretaña, o un banco chino (el Industrial and Comercial Bank of China –ICBC); comprador de parte del Standard Bank, que a su vez había tomado la posta del BankBoston en la región.
La lucha por mantener bajo cuerda la tasa de interés en los Estados Unidos y así evitar una recesión también tiene su precio en el equilibrio general: el próximo martes la FED deberá confirmar si lleva las tasas cerca de 4,5 por ciento.
Preocupaciones. Pero más que el costo del dinero, lo que preocupa en serio al equipo económico argentino es la evolución del mercado de commodities, en el cual están depositadas todas las esperanzas de luchar con margen de maniobra contra las amenazas al actual esquema de la expansión infinita.
Quien mirara el cierre de la Bolsa local el viernes pasado, se maravillaría de que ante tantos interrogantes las cotizaciones hayan seguido en alza.
El Merval alcanzó su pico nominal histórico: 2.306,8 puntos, recuperando lo que había perdido en los últimos tres meses, cuando explotó en los Estados Unidos y Europa el tema de las hipotecas “basura”.
¿Confianza en un futuro promisorio para la Argentina? Algunos ven aquí la influencia decisiva del goteo de capitales de la “operación retorno” de los fondos de las AFJP en Brasil, una medida que se conoció hace unos días pero que recientemente empezó a operar de freno a dos variables clave: la demanda de bonos y papeles privados locales y la oferta de dólares.
Sin embargo, lo que quedó en el tapete es la insistencia en utilizar el colchón mágico de los fondos de pensión para tapar urgencias de la política económica.
Riesgos. Precisamente, algunas incongruencias recientes junto a la necesidad de llegar de pie a los comicios de hoy forzaron la toma de algunas decisiones que, como en el pasado, utilizan como variable de ajuste lo más fácil y con poca resistencia.
Al fin y al cabo, si la jugada sale mal (los rendimientos en la Argentina serían más bajos que en Brasil), como tienen que hacerlo todas las AFJP y la perfomance se mide contra el promedio, nadie es castigado.
Si el país vecino, como algunos sospechan, entra en picada, habrá sido movimiento maestro.
Al mismo tiempo, se detuvo el recalentamiento que en el circuito cambiario se notaba sobre el dólar, gran barómetro nacional y que puso a prueba la voluntad de utilizar las reservas no sólo para pagarle al FMI o acumularlas alocadamente.
El nombre de las cosas. Y en el último empujón con los padrones a la vista, el tema de la inflación y del INDEC quedó flotando entre la promesa de modificar mágicamente la formulación de los índices; el boicot a los tomates, la papa y la calabaza; y la investigación administrativa sobre la eventualidad de delitos.
Demasiadas alternativas para quedarse con una. Más confusión. Más desaliento en la ilusión de llamar a las cosas por su nombre.