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La velocidad de los ladrillos

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¿Puede la forma de un edificio signar su derrotero por la historia? Esta pregunta fundamental supone una relación de la arquitectura con el espacio, el futuro, el azar y el Estado. Hace poco me tocó relevar el Teatro San Martín, obra de Mario Roberto Alvarez y asociados. El programa fue difícil de filmar porque el edificio está en refacción. Como siempre. El deterioro es producto de múltiples factores, pero dejando de lado mi opinión sobre esos espacios, pensados para una teatralidad pasada, y tragándome mi falta de suerte con la institución, traté de buscar signos edilicios para objetivar la crisis.

El fin de semana subió a escena Informe SM en el Centro Cultural San Martín, esa ampliación que fue agregada luego de descartar su uso original (iba a ser la Escuela de Arte Dramático). Con curaduría de Lola Arias, el informe consistió en una denuncia del estado de cosas que aqueja al San Martín. Bajo la consigna “Recuperemos el teatro público como espacio de producción y experimentación para el teatro y la danza”, los reclamos son muy razonables: director renovado por concurso, siete curadores para siete salas, programación anual de danza, finalización de obras edilicias, renovación de directivos del ballet (su director es el único hace años y programador de sus propias obras), coproducciones para danza y teatro independiente, cargos elegidos por concursos, etc.

El edificio zigzaguea sobre lotes irregulares, dado que el Estado no logró expropiar los terrenos que le faltaban. Alvarez hizo prodigios para “colgar” en ese polígono la sala principal y dejar libre la planta baja para que funcionara como plaza pública de la cultura. Pero en cambio el teatro ha venido alquilándose para eventos personales e incluyendo coproducciones con productores privados, que intervienen en el perfil teatral que la ciudad se da a sí misma. En el plano original las enormes columnas iban a ser de hormigón brutalista, pero a alguien se le ocurrió revestirlas de un dudoso mármol, ahora kitsch y mal apuntalado. Es el origen de estas voluntades maquilladas, donde la falta de claridad conduce a un teatro más bien de retaguardia, tibio, serio y anestesiado con respecto a la ciudad que estalla de una teatralidad diversa y arriesgada. Los manifestantes, me dicen, están todos bien. Yo desde aquí sólo sumo mi preocupación a un tema que lleva demasiados años.

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