Y casi un año de entrenamientos después, el Combinado Argentino de Dramaturgos (CAD), creado por Rafael Spregelburd e integrado por escritores, cineastas, actores, editores y periodistas, se volvió de una gira por Roma y Frankfurt, financiada por la Federación Alemana de Fútbol, con el título que la Selección mayor (aquella de Maradona en Sudáfrica, ¿alguien se acuerda?) no pudo obtener: el de campeones del mundo. Aunque dicho así tal vez suene a exageración. Vamos de nuevo. Después de un año de entrenamientos en el Parque Sarmiento (cedido por el Gobierno de la Ciudad; y con indumentaria suministrada por Nike, y el desprecio explícito de la Asociación del Fútbol Argentino), y comandados por el ex goleador de Boca Juniors Alfredo Graciani, este circo ambulante de gente tan talentosa en su disciplina como principiante en materia futbolística viajó para participar de una manera lateral en la Feria del Libro de Frankfurt, donde la Argentina fue el país invitado de honor. Es decir, para jugar un partido contra los anfitriones locales y últimos campeones de Europa de la liga, los escritores y dramaturgos alemanes. Los mismos que hicieron que la defensa argentina pareciera la pasarela de un desfile de modas en el último Mundial, pero en su versión letrada. Y el CAD, integrado entre otros por Spregelburd, Bernardo Cappa, Agustín Mendilaharzu, Lucas “Funes” Oliveira, Federico León y quien estas líneas escribe, fue, vio y venció. Fue apenas 1 a 0, el viernes 8 de octubre, en el Stadion am Brentanobad, con mástiles, banderas, tribunas e himnos nacionales incluidos. Dicho así, puede parecer fácil. Pero no lo fue.
Lo cierto es que al primer equipo oficial de escritores argentinos no le había ido nada bien en los meses previos: perdía casi todos los partidos que jugaba, y recibió una goleada histórica por parte de Los Dogos, la Selección argentina de futbolistas homosexuales. Pero el martes 5 de octubre, en Roma, se había medido con el equipo nacional italiano (en el que milita el novelista Alessandro Baricco) en un duro encuentro que terminó en empate sin goles. Así que los ánimos estaban altos. Hasta la noche anterior al partido definitivo, cuando los alemanes entraron al restaurante donde comían los argentinos, y rápidamente se vio que el promedio de altura y masa corporal era, cuando menos, el doble. Para peor, mientras los primeros comían ensalada y tomaban agua mineral, los segundos se entregaban eufóricos a los brazos de la hipercalórica gastronomía germana, pedían una cerveza tras otra y se quejaban del precio de los cigarrillos, pese a que fumaban uno tras otro. El encuentro le hizo honor a lo que dicta la tradición: una final llena de gritos, corridas, patadas y pedidos de tarjeta amarilla. Los alemanes jugando al centro y al pelotazo, y los argentinos resistiendo de contraataque. El gol llegó tras una jugada grupal exquisita, casi inverosímil, y de los pies de Oliveira, a los veinte minutos del segundo tiempo. El resto fue aguantar.
Al día siguiente, en los pasillos de la feria de Frankfurt (donde se presentó el libro Resto del mundo, una antología con textos sobre fútbol de las dos selecciones, editado por Eloísa Cartonera), la noticia circulaba entre editores, escritores y agentes. Y hasta quedó documentada en el diario de la feria. El título decía: “La revancha de la copa del mundo fue para los argentinos”.
Desde Frankfurt.