COLUMNISTAS
sin alternativas

La verdad y sus formas políticas

El Gobierno se está quedando sin tiempo para evitar el desastre electoral. Su único activo parece ser Macri.

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Una pesada mochila, Horacio Rodríguez Larreta. | Pablo Temes

El reconocimiento que algo podía ser considerado como la Verdad fue uno de los más grandes objetivos alcanzados por la humanidad entre los siglos XIX y XX.

Adiós sociedad. El avance de las ciencias en distintas materias (matemática, física, química, etc.) constituyó, por el camino de la evidencia, la idea de que existen leyes objetivas e inmutables que rigen más allá de la voluntad de los humanos. Se desacralizaba así el mundo reemplazando a la religión como generador de verdades. El problema con las verdades religiosas es que no pueden refutar, pero tampoco probar, para que sean consideradas ciertas debían pasar por la prueba de la fe.

La política y las ideologías también son formas de creación de verdades, y generan luchas por su imposición en formas de construcción de hegemonías. Ciertas versiones de verdad se disputaron en el siglo XX encarnados en sistemas políticos excluyentes y resuelto mediante guerras y violencia. Sin embargo, las consideraciones de los filósofos posestructuralistas (especialmente por Foucault) sobre que la verdad tiene (apenas) un carácter histórico, y por lo tanto mutable calaría hondo en el sentido común de las sociedades cincuenta años después. El subjetivismo y relativismo invadió el territorio de la razón y han puesto en duda cualquier certeza. Todo puede ser cuestionado desde un punto de vista particular. De allí a la negación del otro o el negacionismo hay un estrecho margen.

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Este paroxismo de relativismo llevado a la vida cotidiana puede llevar a que una persona no “vea” una obra realizada por un intendente por estar en las antípodas ideológicas, o que en el contexto de una entrevista sociológica alguien diga simplemente “si tal gobernador hace algo jamás lo voy a reconocer”. Esos puntos de vista extremos (más comunes que lo que pueden parecer) van más allá de la diversidad de opiniones, o incluso en la construcción de adversario democrático, lleva a la disolución de la idea de sociedad.

Preguntas con cada vez menos respuestas. La pregunta de ¿por qué estamos juntos? que buscan responder Dubet y Martuccelli en su libro ¿En qué sociedad vivimos? (2000, Losada) es más pertinente que nunca. Varias de las definiciones que los autores dan para definir la sociedad están en crisis en Argentina, y en otras partes del mundo. Desde la teoría funcionalista se plantea que “la idea de sociedad trae aparejada una coherencia funcional en la cual la diversidad de estatus, de roles y de las instituciones, contribuye a asegurar la integración del conjunto”. Las instituciones son diversas, pero el Estado y la política son centrales y ahora se han transformado en parte del problema.  Otro enfoque que muestran los autores es la sociedad como fruto del trabajo. La sociedad industrial que se “desarrolla y transforma por el trabajo y la acumulación de los recursos invertidos en la producción”. Se trata de la antigua la sociedad de clases, conflictiva, pero con bienestar en ascenso al menos en los países centrales de Occidente. Pero en Argentina, con altos niveles de pobreza, indigencia. precarización e informalidad, la sociedad salarial se va escurriendo como arena entre las manos. La tercera definición de sociedad es la del estado-nación, tanto como comunidad cultural, lingüística, soberanía política e identidad nacional, construida históricamente y pletórica de simbolismos. La globalización (especialmente la financiera), así como las corrientes filosóficas del decolonialismo fueron lastimando en lo material y en lo subjetivo las narrativas de la Patria. La confrontación política fue haciendo el resto.

Ausencias. La discusión de esta semana sobre la presencialidad en las escuelas con intercambio de fallos judiciales habilitando y deshabilitando el funcionamiento del sistema educativo fue el remate de la desconexión total entre la política y la sociedad. También las discusiones sobre la vacunación, tanto en el ámbito de la producción, compra o  distribución no hizo más que aumentar la angustia e incertidumbre en la sociedad. Las salidas tácticas-electorales sobre la conveniencia de quedar del lado de la educación, o ser quién se ha esforzado por tener a la población vacunada no generan otra cosa que el enojo y el distanciamiento sobre “las cosas de los políticos”. Además, se trata de una lucha pírrica que abre abismos inesperados que hacen crujir al sistema democrático, el autoritarismo no aparece sólo por ser nombrado.

Sin dudas que la pandemia del coronavirus pasará, pero cuatro de cada diez habitantes seguirán bajo la línea de pobreza. El INDEC informó esta semana que la canasta básica para un hogar de cuatro integrantes ascendió a casi 61.000 pesos, pero a la vez para febrero sólo se utilizaba sólo 58,3% de la capacidad instalada de la industria, es decir hay capacidad de producir sin altos costos fijos de inversión.

En este contexto, la imagen del presidente Alberto Fernández se deteriora sin prisa y sin pausa, al igual que la de Axel Kicillof. En el paulatino descenso de Fernández su imagen pasa a coincidir con la de Cristina Kirchner y como paradoja de la vida también se asimila a la de ¡Mauricio Macri! como señala una encuesta de la consultora TresPuntoZero realizada esta semana.

El Frente de Todos comienza a ver que sus posibilidades electorales comienzan a agrietarse, con un contorno de derrota ya casi sellada en la franja central de país, y en discusión en la provincia de Buenos Aires. Curiosamente el mayor activo del oficialismo es evitar que vuelva a gobernar Mauricio Macri. Probablemente si Macri pudiera correrse por un minuto de su palacio de cristal podría observar el profundo daño que generó su política económica incluso entre sus votantes, que claro está, no eran millonarios, ni mucho menos, sino gente de clases medias y medias bajas.

Para evitar el desastre electoral el gobierno se está quedando sin tiempo, y Martín Guzmán lucha en soledad con un objetivo minimalista, que la economía no se desmadre. Sin embargo, precios máximos, cuidados o como se los adjetiven no impiden que detengan su marcha, evidentemente la salida no va por ahí. Cuando una verdad se agota es tiempo de pensar en otras alternativas.

*Sociólogo (@cfdeangelis)