No sé cómo fue que me fanaticé con La vida dura, la producción de Underground y TNX que acaba de terminar con su primera temporada. Es verdad que no es algo muy novedoso. Debe ser un formato ya probado en otros países y hasta tiene algo de las obras experimentales de Vivi Tellas y Lola Arias. Además, recuerda el reality aquel que protagonizaron Paris Hilton y Nicole Richie entre 2003 y 2007, The Simple Life.
En el primer capítulo que vi, Mariana Fabbiani tenía que vivir durante una semana la vida de una señora que trabaja como niñera todoterreno de unos niños en el barrio de Belgrano. Me pareció que yo conocía la casa donde se filmó este episodio. Tuve la impresión o el déjà vu de que había pasado por ahí.
El esquema es sencillo: un “famoso” o “mediático” tiene que vivir la vida dura de otra persona. Es un poco como la inversión de lo que pasa con la revista Caras, donde la gente la compra para ver cómo viven los que no tienen problemas con el alquiler. Lo raro de los capítulos es que tienen un montaje genial y que cada episodio es encabezado por un título que lo resume. El de Fabbiani fue “Música”, ya que mientras ella aprendía a cuidar y limpiar la casa bajo la supervisión de la niñera auténtica, se pusieron a hablar con la dueña de casa de Mariano Mores, pariente de la conductora, y cantaron un tango de su autoría. “La música –dijo Fabbiani– atraviesa todas las clases sociales y las une”. Nietzche pensaba algo parecido.
El capítulo tres, donde Juliana Awada trabaja como obrera textil durante una semana en un galpón frío de Quilmes, fue muy criticado en las redes sociales, ya que se lo consideró una forma de limpiarle la imagen a la ex primera dama. No lo sé. Para mí fue como ver una película de Aki Kaurismäki: a veces el arte surge de manera involuntaria, justo ahí donde no se lo espera.
Lo más débil del programa es la voz en off de las protagonistas que explican cómo les cambió la vida estar en la vida de otro. Una pregunta a los productores ¿Por qué no hay varones en la serie?.