Si Dios es Dios, lo que hace es cambiar cada fin de año el casette y aquilatar su eternidad con flamante video del año ido. Si Dios es Dios, seguro puso a cargo de su Videoteca a Funes el memorioso. Sabe que de renunciar a ser justo dejaría de ser Dios. Por eso, toma recaudo doble. Uno como recuerdo personal y el otro como “prueba”. No faltará, tratándose de humanos (y aquí, argentinos) quien en el Juicio Final se arranque sobrador con un “a mi que me lo prueben", mientras pulsa en su celular el icono del diablito Oyarbide. Este sería el momento "in fraganti" en que el arcángel tal o el querubín cual volaría súbito hasta la estantería del siglo equis para destaparle al cicatero su biografía chanta.
Ahora mismo, tras cinco semanas de changuí, un serafín está terminando de enrollar “2011” pues llegó su hora. Y otro asistente le quita el celofán al cassette “2012”, pues en quince días más irrumpirá el tsunami de 10 meses de realidad "a la argentina". Pasada esta prueba de verano un trueno dirá "Acción" y Dios, hierático, sentado al modo que lo hacían Welles o Huston, nos volverá a filmar…
Corre, corre el tiempo más procreador conejo cada día: en 2050 seremos 9.200 millones. Lo hace sobre praderas que dejó Dios programados a partir del cast de la Biblia y de los mayúsculos entreveros que siguieron.
--¿Se cansó de jugar? ¿Nos descuidó? ¿Nos olvidó después?
Si fallará el “hardware” o fallará el “software” ni los japoneses lo pueden saber. Ningún año es “cordero”. Ningún año es “lobo”. Cada año es un animal distinto: dinosaurio, unicornio, según. Sabemos lo que George Orwell supuso que sería 1984. Escrito en 1948, su "1984" quedó bastante lejos de su utopía espeluznante. Es cierto que en Siria, Israel, Irán o Rusia empollan modelos de “Big Brother” viejo y en otros países (muchos) el deseo de maquillar e introducirlo en versión tecno. Pero aún cojo y a los tumbos, 2011 fue un año que se portó bastante bien con nosotros. Llevamos tiempo ululando que "el mundo está loco, loco, loco” o que “siempre fue y será una porquería” o “paren el mundo que me quiero bajar”. Todo porque a ras de tierra se pierde perspectiva. No así en el cielo: cualquier astronauta lo ve distinto. Ellos sí se “despegan” lo suficiente como para valorar a esa bola celeste que aún nos tolera. La miran con nostalgia. Al fin al cabo es su planeta natal. Lo que más les duele son los meses perdidos “allá arriba”, el no haberlos vivido “aquí abajo”, como usted o como yo. Quiere decir que nos quejamos por quejarnos. Por no ser astronautas. Por que sí.
Desde chico supe que no era ni Dios, ni japonés, ni astronauta. También (capricornio que soy) que cada fin de año de todos coincidía con el final de uno de los míos. Hubo un tiempo en que un hombre de 50 me parecía viejo. Hoy, con 82, lo soy. Cruje como escarcha la rótula, la columna rebajó mi talla, el quietismo engrasó mi cintura, mis bronquios jadean por silicios del volcán chileno. Ergo: en mis 52 semanas 2011 hubo varias escoradas. Pero ni fueron mayoría ni las fogoneó la mufa. Pues ¡Hallelujah! La Videoteca de Dios también contempla la clemencia.
* Especial para Perfil.com