Se cuenta, en realidad lo cuenta el historiador Plutarco, que a poco de asumir como emperador Julio César se divorció de su mujer, Pompeya Sila. El motivo fue que la primera dama había concurrido a una saturnalia, orgía reservada solo a mujeres. Cuando las más importantes damas de Roma fueron a pedirle que reviera la decisión porque, según ellas, Pompeya solo había asistido como espectadora, César emitió una sentencia que quedó inmortalizada. “La mujer del César no solo debe ser honesta, sino también parecerlo”.
La frase puede traducirse de varias maneras. Haz lo que yo digo y lo que hago. Tratá de que entre tus discursos y tus acciones haya coherencia. Fijate qué correspondencia existe entre la ética que declamás y la moral que la sustenta, porque la moral dice lo que se debe y la ética remite a lo que se elige. Por ejemplo, no se debe robar, pero en el código ético del ladrón (todo el mundo tiene un código ético) robar es esencial.
Los ecos de la voz del César han atravesado los tiempos y las geografías. En la Argentina quizás no tuvieron demasiada aplicación, porque nos acostumbramos a que los gobernantes corruptos (una especialidad de la casa, sobre todo en la década pasada) no solo no sean honestos, sino que tampoco lo parezcan. En eso hay que reconocerles coherencia, así a ellos como a tanto sindicalista suelto.
Pero he aquí que desde hace dos años gobierna una coalición que, bajo el nombre de Cambiemos, anunció que venía a cambiar aquello, a instalar otra cultura y, como suele suceder, a empezar de cero. Y, sin embargo, de pronto nos enteramos de que, solo en la Ciudad de Buenos Aires, los funcionarios de ese gobierno deben $ 184.812,72 por infracciones de tránsito pendientes de pago. Prácticamente no hay uno que esté afuera de la lista de deudores. No será por falta de dinero, puesto que no son jubilados. Y si bien el no pago de la deuda es en sí mismo una transgresión, lo interesante es observar qué infracciones las causaron. Mal estacionamiento, alta velocidad, uso de celulares durante la conducción, ya fuera para hablar o escribir mensajes de texto, pasar luces rojas. Quizás estas conductas eran habituales en estos ministros durante su vida anterior al ejercicio del gobierno y simplemente las importaron a sus nuevas funciones.
Se dirá que son naderías al lado del pus que sigue saliendo de cada llaga del kirchnerato. Pero no son los montos lo que importa, sino la actitud. La predisposición a creerse por encima (o al margen) de las normas, las reglas y las leyes que le caben al ciudadano de a pie. Porque los cambios culturales reales comienzan en los pequeños detalles de la convivencia cotidiana, del ejercicio de la ciudadanía, de la observación de los deberes. Alguien anterior a César, el mítico Hermes Trismegisto, de cuyo nombre deriva la palabra hermético, señalaba que como es arriba es abajo, que como es adentro es afuera y que como es en lo pequeño es en lo grande. En definitiva, gobernar no exime del cumplimiento de leyes, normas, reglas y deberes. Por el contrario, obliga doblemente a hacerlo. No solo en la palabra o en la promesa, no solo a la luz y a la vista, sino también cuando no hay cámaras, asesores de marketing, trolls propios ni redes sociales en las inmediaciones.
Así, y siempre al calor de la sentencia del César, es curioso que la ley de ética pública, en cuyo borrador se dice que trabaja la Oficina Anticorrupción, desarrolle puntos tales como que habrá que evitar prestanombres (cónyuge incluido) para los bienes de los funcionarios, que se deberán vender acciones y títulos o ponerlos en un fideicomiso ciego (dice ciego, no tuerto como es en la práctica) antes de asumir, que se deberán evitar los conflictos de intereses, etcétera. ¿Pero entonces hasta que salga la ley se puede? De hecho, se hace, aun con el “cambio de cultura” anunciado. Más allá de la ley, ¿no es una cuestión de conciencia? Los códigos éticos no se efectivizan en los discursos. Allí solamente se proclaman.
Ave César, no dejes de hablar, porque tu voz se escucha muy débil por aquí.
*Escritor y periodista.