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Laico y libre

De la lectura de estos libros surgen sorpresas, como la desmentida de que la diáspora judía haya comenzado con la huida de Egipto.

11-10-2020-Perfil logo
. | CEDOC PERFIL

En un país en el que el Presidente reivindica como un logro la vuelta de los próceres al papel moneda (de donde habían sido sensatamente desalojados), en un país en el que la historia es el campo de disputa más álgido de su eterna conflagración civil, en un país que decidió librar una guerra solo a partir de una reivindicación simbólica del pasado, nada más oportuno que la edición de Crepúsculo de la historia de Shlomo Sand, un profesor israelí que nació en 1946 en un campo de refugiados y que, después de estudiar en París y ejercer como académico, empezó a desconfiar de su profesión, de su religión y de su patria. Así, en una serie de libros que llevan títulos como La invención del pueblo judío, La invención de la tierra de Israel, ¿El fin del intelectual francés? (que incluye memorables demoliciones, entre otras, de Simone de Beauvoir y de Michel  Houellebecq) y Cómo dejé de ser judío, se dedicó a demoler certidumbres. Sand escribió incluso un libro sobre cine (El siglo XX en pantalla) y hasta una novela policial que no deja de tener una relación troncal con el resto de su obra: en La muerte del jázaro rojo, el comisario Morkus es un árabe de Tel Aviv cuya orignal presencia como detective ilustra la invisibilidad de la población de ese origen. 

En Crepúsculo de la historia, Sand vuelve a irritar a sus compatriotas y a sus colegas así como a asombrar al lector con su libertad de pensamiento y con las revelaciones que aparecen durante la lectura. El libro es apasionante, por muchas razones, para quienes no estamos al tanto de los debates historiográficos. Sand empieza cuestionando nada menos que la periodización de la disciplina histórica en sus “edades” antigua, media, moderna y contemporánea, continúa por negar que nuestra civilización actual tenga una raíz “judeo-cristiana” y tras repasar el modo en el que se constituyó la profesión de historiador como auxiliar del poder en la forja de mitos nacionales, termina desarmando toda pretensión científica de la historia. Como dice Sand en el prólogo: “Los libros anteriores los escribí para laicizar en cierto modo, la mirada mitológica nacional sobre esta tierra donde he vivido la mayor parte de mi vida y que me es muy querida. Escribo el presente relato para laicizarme a mí mismo, para despojarme de mis últimas ilusiones profesionales.” 

De la lectura de estos libros surgen sorpresas notables, como la desmentida de que la diáspora judía haya comenzado con la huida de Egipto, lo que resta fundamentos al mito sionista de la tierra prometida, así como la constatación de que las historias nacionales han negado sistemáticamente el daño infringido por los propios a los extraños. Me sorprendieron particularmente los cuestionamientos que formula Sand a una película que tantos cinéfilos considerábamos intocable. Me refiero a Shoah, el documental de Claude Lanzmann, al que el autor achaca el haber omitido la deportación de los judíos franceses y reducir así el colaboracionismo a un asunto de polacos ignorantes. Más grave aun, pero igualmente difícil de discutir es que la idea misma de la Shoah, entendida por fuera de la historia, es un sello que excluye a los otros grupos masacrados por los nazis y permite apropiarse del genocidio al Estado de Israel más allá incluso de la voluntad de sus propios ciudadanos.

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