COLUMNISTAS
CRUELDAD increible

Lapidación progresista

Pocos ignoran la palabra “lapidación” y la palabra “progresismo”. Ambas han calado en la mente del mundo. Pero aún no se denuncia a que veces cometen una asociación repugnante.

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Pocos ignoran la palabra “lapidación” y la palabra “progresismo”. Ambas han calado en la mente del mundo. Pero aún no se denuncia a que veces cometen una asociación repugnante. En efecto, regímenes que forman parte de las Naciones Unidas y que han tenido papeles decisivos en su Comisión de Derechos Humanos son a menudo halagados por corrientes que se autodenominan progresistas, pese a que esos países o entidades continúan efectuando la lapidación.

Me acaba de llegar otro documento de Amnistía Internacional, con la súplica de que ponga mi firma para exigir a Irán que suspenda sus lapidaciones. Por supuesto que puse mi firma, como lo están haciendo centenares de miles de personas en todo el mundo.

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La lapidación es un método arcaico de ejecución que, además de producir la muerte, pretende que sea lenta y muy dolorosa. La víctima es enterrada hasta el cuello o se la sujeta a un pilar. Luego se le cubre la cabeza con alguna capucha o pañuelo para que no se vean los efectos de los golpes. Entonces la multitud amontonada a su alrededor como lobos hambrientos empieza a arrojarle piedras. Las piedras no deben ser demasiado chicas para que duelan de verdad; tampoco demasiado grandes para que no le hagan perder el conociemiento ni maten enseguida. El propósito es gozar de un festín sádico en el que se va destruyendo poco a poco la cabeza de un ser humano que los jueces o sanguinarias tradiciones han condenado a este suplicio.

Su práctica ha sido frecuente en Africa, Asia y Medio Oriente. Con el avance de la civilización pudo limitarse su popularidad. No obstante, el brote de fanatismo que desencadenó la Revolución islámica de Irán, la expansión del wahhabismo y el éxito de los talibanes han vuelto a exacerbar su presencia.

Amnistía Internacional ha redactado una carta para Sayed Alí Khamenei, supremo líder de la República Islámica de Irán, con capacidad de veto sobre todas las resoluciones que se toman en ese país. Reproduzo algunas partes del texto, tal como cada hombre de buena voluntad debería enviarlo:

“Su excelencia ayatolá Sayed Alí Khemenei,

Le escribo para condenar que todavía se sigan registrando casos de lapidación en Irán. He tenido conocimiento de la lapidación de dos hombres a finales de diciembre de 2008, lo que demuestra que las declaraciones de la Magistratura iraní, que en 2002 y en agosto de 2008 anunció una suspensión de las lapidaciones, no es suficiente para acabar con esa práctica atroz. Según información de las organizaciones de derechos humanos, actualmente en Irán hay al menos ocho mujeres y dos hombres sentenciados a morir lapidados.

Me opongo a la pena de muerte en todas las circunstancias; aún más en el caso de la lapidación, especialmente concebida para agravar el sufrimiento de las víctimas. Además, es un castigo especialmente indicado para el adulterio, algo que ni siquiera es delito en la mayoría de los países. Casi todas las víctimas condenadas a lapidación son mujeres.

Le pido encarecidamente que adopte las medidas necesarias para que: no sean ejecutadas las siguientes personas (van los nombres de las víctimas y la cárcel donde están recluidas); se aplique de inmediato una moratoria efectiva de las ejecuciones por lapidación; se promulgue una ley que prohíba inequívocamente la lapidación como pena judicial y que no se permita el uso de otras formas de pena de muerte ni flagelación contra personas declaradas culpables de ‘adulterio’; se revise la legislación con el objetivo de destipificar como delito las relaciones sexuales consentidas entre adultos.”

Ya ha viajado –y lo sigue haciendo– un aluvión de mensajes que este ayatolá tan poderoso debería tener la piedad de atender. Puede ser que se conmueva, aunque en sus discursos revela intransigencia y crueldad. Pero también importa que los pseudo-progresistas necios tomen conciencia de la grave traición que cometen contra los nobles ideales del progresismo verdadero, contaminado ahora con teocracias, terrorismo y crimen.


*Escritor.