Se ha argumentado con frecuencia que por su riqueza a la vez importante, creciente y concentrada en pocas manos, la Argentina tuvo una gran desigualdad económica, al menos a partir del despegue de su crecimiento abierto al mundo. Esta concentración se manifestó tanto en el modo de distribución de la tierra como en facilidades para acceder al mercado de capitales y políticas de universalización de la escolaridad y del sufragio más tardías que en los países de colonización británica (Australia, Canadá, Estados Unidos y Nueva Zelanda; S.L. Engerman y K.L. Sokoloff, 2002).
Con cierta frecuencia el argumento se amplió para afirmar que esta desigualdad era elevada en comparación con otros países, contrastando así con la arraigada imagen social de una Argentina crisol de razas, con amplias posibilidades de movilidad social –sobre todo para los inmigrantes–, arraigadas en oportunidades de empleo y en el desarrollo temprano de la educación formal, todo ello resultante en una sociedad con menos pobreza y mayor integración social que en la mayoría de los países del mundo.
Un primer indicio favorable a esta hipótesis de desigualdad se encuentra en literatura reciente que subraya que el progreso social del país no acompañó suficientemente al económico. Así, L. Llach (2010) argumenta que indicadores sociales de la Argentina tales como los de educación y salud eran menores hacia 1930 que lo que hubiera correspondido de acuerdo con el producto per cápita del país, argumento que armoniza con el cuestionamiento de la idea de “modernización excesiva”.
Por tratarse de un campo de estudio en expansión, la escasez y la debilidad de las fuentes de datos impiden todavía obtener conclusiones terminantes. La mayoría de los estudios sobre la distribución del ingreso coincide en cuanto a un nivel elevado de desigualdad. Sin embargo, al analizar la relación salarios/PIB per cápita, indicador bastante asociado a la distribución del ingreso, se obtienen conclusiones más matizadas. Si bien en la Argentina de 1925-1929 dicha ratio era inferior a la de Escandinavia o “países nuevos” tales como Australia, Canadá y Estados Unidos, estaba por encima de la de Alemania, Holanda, el Reino Unido, España e Italia. En cuanto a la evolución en el tiempo, F. Campante et al. (2009) muestran que las diferencias salariales entre Buenos Aires y Chicago se mantuvieron aproximadamente constantes a lo largo del período 1880-1930 pero, en cambio, la escolarización avanzó mucho más rápidamente en la ciudad norteamericana. Por su parte, al estudiar más precisamente la participación del trabajo en el ingreso nacional, E. Frankema (2010) encuentra que, con la excepción de su brusca caída durante la Primera Guerra, desde ella hasta el peronismo dicha participación se mantuvo en la Argentina en valores cercanos al 50%, claramente por encima de las de Brasil (poco por arriba del 40%) y de México (alrededor del 35%).
Un primer indicador que apoya la idea de la desigualdad distributiva surge de la comparación de los niveles de vida entre regiones. Según L. Llach (2010), en 1929 el nivel de vida de la ciudad y la provincia de Buenos Aires –que reunían el 46% de la población del país− era similar al de Australia; en contraste, el de las diez provincias no pampeanas que reunían el 22% de la población se asemejaba al de México y era sólo el 40% del de las dos Buenos Aires. Entre ambas regiones se ubicaban las otras provincias pampeanas –Córdoba, Entre Ríos y Santa Fe− con un tercio de la población y un ingreso que estaba menos del 20% por debajo del de Buenos Aires y casi 80% por encima del de las provincias no pampeanas. Todos los países tienen diferencias regionales, pero lo más probable es que las de la Argentina fueran de las más elevadas respecto de los países de comparación habitual. Casi seguramente, esta alta desigualdad regional de ingresos debió haber sido uno de los principales componentes de la desigualdad del ingreso personal.
Otro de los factores que pueden haber influido en la desigualdad (...) es la estructura tributaria. K.L. Sokoloff et al. (2007) muestran que en la Argentina anterior a 1930 ésta era más regresiva que las de Canadá, Estados Unidos y Nueva Zelanda aunque, al mismo tiempo, no se diferenciaba significativamente de las de Brasil, Chile o Uruguay. Los mismos autores muestran alguna evidencia de que la carga tributaria total como porcentaje del ingreso hacia fines del siglo XIX era menor en la Argentina que en Brasil o Chile, de modo tal que es probable que también fuera menor el componente redistributivo del gasto
social. Aun así los mismos autores ubican a la Argentina, junto a Chile, Costa Rica y Uruguay, entre los países más progresivos de América Latina desde el punto de vista del impacto total del accionar del Estado (p. 123) y subrayan que, aun con menor tamaño del Estado que Canadá o Estados Unidos, la Argentina y Brasil tenían los mayores sectores públicos de la región. Ya en 2002 S.L. Engerman y K.L. Sokoloff habían afirmado que la desigualdad “originaria” en la Argentina no era tan alta como en la mayoría de las otras sociedades hispanoamericanas (p. 16). (...)
En el balance final de la relación entre desigualdad e instituciones económicas, fiscales y políticas, K.L. Sokoloff et al. (2007) encuentran que el contraste mayor fue y es entre Canadá y los Estados Unidos, por un lado, y el conjunto de América Latina por otro, y que, en ese marco, la Argentina no estuvo entre los países más desiguales. En tal sentido, la evidencia disponible más concluyente al comparar a nuestro país con los latinoamericanos estudiados aquí es la que ofrecen L.C. Bértola et al. (2010 y 2012) y que se muestra en los coeficientes de Gini en 1870 y 1920 de la Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, todos ellos bastante altos. Chile tiene el más elevado en ambos años, Uruguay el más bajo, y Argentina ocupa una posición intermedia entre ambos, pero más cercana a Uruguay.
*Economista y sociólogo. **Licenciado en Economía.
Fragmento del libro El país de la desmesura, editorial El Ateneo.