Al parecer, no existe ningún mecanismo en la mente ni en el cerebro que asegure la verdad, o al menos el carácter verídico de nuestros recuerdos. (…) Nuestra única verdad es la verdad narrativa, las historias que nos contamos unos a otros y a nosotros mismos: las historias que continuamente recategorizamos y refinamos”. En su libro póstumo (El río de la conciencia), el biólogo Oliver Sacks (1933-2015), un humanista de exquisita sensibilidad, plantea con estas palabras la relatividad de la memoria y el cuidado con que hay que acercarse a los recuerdos, al modo en que se transmiten y se reciben. Porque, como subraya Sacks basándose en estudios neurológicos poco rescatados de Freud, no existe una memoria única, monolítica e indesmentible. Hay una memoria histórica, que es la que documenta los hechos con material testimonial concreto y específico. Algo así como la de Funes el memorioso, aquel personaje de Borges que, al recordar todo secuencialmente y en detalle, era víctima angustiada y fatal de ese alud de información. Y hay una memoria narrativa, que es la que recorta, selecciona, reordena y edita. Lo hace guiada por las emociones, por la perspectiva del presente desde el cual se rescatan los hechos, por un deseo, por una necesidad, por un interés. Esta memoria narrativa se construye y reconstruye permanentemente a la luz de situaciones del presente. Es siempre una versión de lo recordado, y no lo puntualmente sucedido. Incluso, como detectó Freud, podemos llegar a recordar como hecho o dicho algo que tuvimos intención de hacer o decir, pero ni dijimos ni hicimos.
En ausencia de testigos, a su vez sujetos de su propia memoria narrativa, estamos siempre a merced de una confusión entre memoria narrativa y memoria histórica. Esto quiere decir a merced de no poder distinguir lo verdadero de lo falso, de lo deseado, de lo imaginado. Y puesto que, de alguna manera, la verdad histórica (la verdad histórica de nuestra vida específicamente) podría resultarnos inaccesible, existe un riesgo. El de que nos estemos mintiendo. Y un peligro aún mayor: el de estar mintiendo a los demás. ¿Cuál es la línea que separa, entonces, a lo que Sacks llama criptoamnesia de la vulgar falsedad o manipulación? La buena fe. La honestidad con uno mismo y con los otros. No pretender que eso que recordamos sea una verdad dogmática. Cuando actuamos de buena fe, los recuerdos de la memoria narrativa se tornan confiables y es posible llegar a detectar, señala Sacks, que hay pocas aberraciones o distorsiones en ellos. Cuando la honestidad moral y la buena fe se ausentan, ya nada es creíble.
La memoria es una espada de doble filo, advierte Zygmunt Bauman en su último trabajo, Maldad líquida (en coautoría con el lituano Leonidas Donskis, ambos fallecidos recientemente). “Puede ser usada al servicio de la vida”, acota, “con la misma facilidad con que puede ser enganchada al carro de la muerte y servirle de caballo de tiro”. Y llama a tener en cuenta algo decisivo: “Ha sido irremediablemente selectiva, parcial y militante y agresivamente partidista y coadyuvatoria tanto para abrir los ojos de la gente como para cerrarlos”. Así es que, cuando se nos presentan libros de memorias, estamos ante un material que debe ser tomado siempre con pinzas. Memorias de quién, memorias de qué. También es recomendable cotejar nuestra propia memoria del personaje con las que él, o ella, nos presenta como sinceras confesiones.
Estas prevenciones aumentan cuando se trata de memorias de políticos y, más todavía, cuando aparecen en tiempos electorales. Al libro titulado Sinceramente, bestseller de estos días, le caben las generales de la ley en cuanto a la prevalencia de la memoria narrativa sobre la histórica. Pero los datos fehacientes de la memoria histórica (datos recientes, documentos comprobados, hechos vividos) autorizan a pensar que el título es un oxímoron, una contradicción en los términos, y a dudar de la buena fe en el dictado y la confección del relato. En política, la memoria narrativa y la conciencia, dice Donskis, no suelen ir en la misma dirección.
*Periodista y escritor