Si hay algo que volvió a quedar en evidencia en estos últimos dos meses en la Argentina es que los tiempos psicológicos no coinciden con los cronológicos. Es que mucha agua corrió debajo del puente en solo sesenta días que parecieron una eternidad. Dos minicrisis cambiarias que llevaron el dólar a un impensado nivel de más de $ 29, necesidad de recurrir a un acuerdo con el FMI, nuevo programa económico, cambio de autoridades en el Banco Central y en el gabinete económico, con nuevos ministros de la Producción y de Energía, deterioro de la confianza, todo en un escenario internacional más complejo que avanza a paso firme en la normalización de la política monetaria de EE.UU. elevando los desafíos para las economías emergentes. Y como si lo anterior fuera poco, la Selección Nacional empezó con el pie izquierdo en el Mundial de Rusia (aunque agónicamente logró clasificar a octavos).
La realidad es que todo este maremágnum de acontecimientos en un breve lapso de tiempo implicó un cambio de escenario significativo. Y más allá de la magnitud
del impacto, queda claro que el corto plazo (básicamente dos o tres trimestres) va a ser más duro de lo que se pensaba tiempo atrás en términos de mayor inflación, menor actividad y consumo, y deterioro de la expectativa.
Con la asunción del nuevo presidente del Banco Central, Luis Caputo, la batería de medidas adoptadas por el Banco Central para contener las tensiones cambiarias (subasta de dólares programada, suba de encajes bancarios y comienzo del desarme ordenado de Lebac sustituyendo dicho stock por deuda del Tesoro de mediano plazo), la reclasificación de la Argentina como mercado emergente de MSCI y la llegada del primer tramo de desembolsos del FMI (US$ 15 mil millones), el mercado cambiario y financiero parecía comenzar a tranquilizarse.
Sin embargo, la calma volvió a interrumpirse en las últimas jornadas con tensiones afectando no solo el mercado de cambios, sino también el mercado de acciones y el mercado de bonos, todo en un contexto internacional más volátil y con persistencia de ciertas dudas sobre la capacidad del Gobierno de cumplir con los compromisos asumidos en el marco del acuerdo con el FMI.
La realidad es que en la medida en que se vayan clarificando con mayor detalle las implicancias del acuerdo del FMI y las autoridades den señales más concretas de cómo harán para cumplir con los compromisos asumidos con el FM (que claramente han mejorado la consistencia de la política económica), creemos que la incertidumbre tiene chances de disiparse. Ello será clave para normalizar el funcionamiento de la economía, que hoy se encuentra transitando la etapa más dura en términos de inflación (que hoy camina a cerrar el año en torno a 28-30%, cuando hace pocos meses se esperaba una inflación de 22%), a la que le esperan al menos dos trimestres complejos en materia de actividad. De hecho, tras un buen primer trimestre en que la economía creció 3,6% interanual y un segundo trimestre que probablemente muestre caída (por el impacto pleno de la sequía), se espera un segundo semestre de sesgo contractivo, con lo que 2018 cerraría con un PBI mostrando una variación de entre 0,0% y 0,5%, sustancialmente menor que la previsión de 2,5% de hace solo dos meses.
Con todo, si se logra reducir la volatilidad (sobre todo en el frente cambiario) y aun a pesar de los costos de corto plazo que habrá que pagar, creemos que la economía argentina tiene chances de comenzar a remontar la cuesta y revertir la tendencia negativa reciente, lo cual podría comenzar a sentirse en algún momento del primer trimestre de 2019. Si bien los desafíos en el plano económico y político-social son significativos, lo cierto es que con un programa económico más consistente y orientado a atacar los problemas macro centrales de la Argentina, un mejor tipo de cambio real apuntalando la competitividad y la rentabilidad en el sector de bienes transables y menor presión del sector público sobre el sector privado (producto del ajuste fiscal), la Argentina quedaría encaminada hacia la mejora de sus fundamentals y por ende, mejor posicionada para retomar la senda del crecimiento sostenido a mediano plazo. Claro está, además de estabilizar la macro, ello requerirá reflotar la agenda de reformas pro competitividad truncada por la seguidilla de ruidos recientes de la coyuntura.
El camino hacia el mediano plazo no será un lecho de rosas. Pero el partido ya empezó y habrá que lucharla a lo Mascherano. La buena noticia es que las chances de terminar con el pie derecho lo que empezó con el izquierdo están presentes en la medida que se logre recuperar umbrales mínimos de confianza, erosionada por los avatares de la coyuntura reciente.