Desde que la pandemia entró en el radar del Gobierno que Argentina no iba a estar indemne, se propuso la táctica del aislamiento social obligatorio como una forma de ganar tiempo para invertirlo en ampliar el funcionamiento del sistema de salud. El país no fue el único que tuvo al Covid-19 como cisne negro en 2020 pero los métodos para afrontarlo difirieron y los resultados también. Paralelamente, el otro tema que ocupó la atención fue el de la renegociación de la deuda externa, encarrilada luego del acuerdo con los bonistas privados. También acá se optó por comprar tiempo y alinear los intereses con los que imperan en el mercado, mientras se reorganizaba la economía para dar el salto de calidad prometido. Así como hay opiniones que consideran que el timing de las cuarentenas no fue el adecuado, también el sinuoso camino para sacarse el problema de la deuda de encima no alcanzó para brindar una base más sólida de sustentación para alcanzar las promesas de un desarrollo inclusivo y sustentable.
A un año de las PASO que marcaron a fuego las expectativas políticas la gran brecha existente en el escenario económico no es la del dólar sino la de la diferencia entre el estado de situación actual con los anhelos y las promesas. La explicación, parcialmente está en la inactividad forzada por la pandemia y también porque la solución de un acuerdo conversado por la deuda ni resultó ser tan trivial ni tener un trámite tan expreso. Quizás la diversidad de intereses en ambas partes de la negociación prolongó más de la cuenta para llegar al inicio de acuerdo. El frente interno del Gobierno, en este como en otros aspectos de la política económica lo atrasó más allá de lo conveniente. El desplazamiento del Secretario de Energía, que jugaba un rol autónomo en el organigrama del Ministerio de Desarrollo Productivo y su reemplazo por el legislador neuquino Darío Martínez, que ahora se alinearía en el de Economía, también fue una muestra de estos repartos de poder propios de las coaliciones electorales.
Armonizar todo este universo de percepciones, intenciones e intereses lleva más tiempo para adoptar decisiones y las consecuencias se pagan. En el caso argentino, cada día que pasa sin tomar el rumbo hacia el desarrollo sostenible e inclusivo no sólo se ampliará la grieta con los países que no han sufrido el estancamiento de medio siglo, sino que, incluso, muchos indicadores mostrarán signos de deterioro. No solo se trata del reloj de arena de las reservas del Banco Central, con las que en medio del cepo más duro de la historia monetaria argentina sigue evaporándose. También se erosionan la cantidad de empleos privados y el poder adquisitivo de los salarios, sólo aliviados por un control de precios que encontró en la emergencia una coartada perfecta. El decreto de esta semana asignándole el carácter de servicio público esencial a la provisión de telefonía, internet y tv paga, también se inscribe en seguir atajando penales y ganar tiempo. La inflación encontrará también acá un dique para desviar la fuerza que empuja la ola de emisión monetaria hacia otros bienes, dejando para más delante de precios relativos desajustados.
El tiempo comprado también puede servir para eliminar obstáculos que se anidan en los tres desafíos más sensibles que afronta el Gobierno: la tasa de desempleo, la de inversión y la pobreza. El apoyo de un aliado táctico como Roberto Lavagna diera a un nuevo modelo laboral sin romper el actual, es señal inequívoca que será imposible aumentar los puestos de trabajo genuinos y de calidad sin tocar el esquema tributario y su marco legal. Entre tanto ímpetu por reformas judiciales, nada se propone de la justicia laboral, con un fuerte sesgo sindical.
La otra asignatura pendiente es la remover las trabas para que las inversiones reaparezcan, al menos para retomar en un primer momento el nivel promedio de la última década y ampliarlas significativamente para crecer, la única forma en que se podrá eludir la trampa de la escasez de divisas de demanda de trabajo.
La pobreza quedará pendiente de la evolución de las otras dos variables y, mientras tanto, exigir que el Estado Presente no sea un eslogan oportunista, sino que marcar prioridades y oriente la gestión. Nadie podrá hacer todo y además bien. La escasez es una realidad y el tiempo comprado también se acaba.