COLUMNISTAS
FENoMENO KIRCHNER

Las ideas y las preferencias

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La gente –el común de las personas– tiene preferencias. También tiene intereses. Y, a veces, ideas. El pensamiento social siglos atrás tendía a concebir las preferencias como algo fuertemente ligado a los intereses. Marx pensaba que la conciencia de cada uno estaba determinada por su posición de clase, la cual determinaba sus intereses. Tocqueville dijo: “Mis opiniones han cambiado con mi fortuna”. La sociología de hoy tiende a ver ambas cosas como más independientes una de otra. Es muy común creer que los intereses están en la base de todo, que ellos moldean las ideas y que las preferencias son algo más superficial y accidental; pero las cosas parecen no ser así. A la mayoría de las personas, las ideas las tiene sin cuidado, los intereses son abstractos e indefinidos y, en cambio, sus preferencias les resultan palpables y a menudo inequívocas. Se mueven en la vida por preferencias.

Esto se ve en el fenómeno “Kirchner”. El fenómeno comenzó en 2003 con un candidato que llegó al gobierno inesperadamente, y no por una elección colectiva; luego, algunos intelectuales descubrieron que ese nuevo presidente representaba un modelo históricamente transformador; y pronto, millones de argentinos encontraron que ese gobierno satisfacía sus preferencias. Una manera de ver la brecha entre los más intelectualizados y los millones de personas comunes es examinar dos series cronológicas: la de la opinión pública en relación con los gobiernos de Néstor y Cristina y la de las ideas de los intelectuales que ensalzan el proyecto K. Esta última, la serie que describe la opinión de esos intelectuales, es constante; se basa en premisas y en supuestos muy impermeables a los acontecimientos de cada día. No le hacen mella las distintas decisiones de Gobierno, ni siquiera cuando esas decisiones cambian de orientación y despiertan –en muchas mentes lógicas– intrigas acerca de su consistencia. No le hacen mella las fluctuaciones en el humor de la sociedad. Aun más, no le hacen mella los giros del Gobierno cuando sus decisiones ponen rumbo a propósitos que, en general –cuando las toman otros gobiernos– les parecen incorrectas. Esto es, hace siete años que los intelectuales pro K sostienen que el “modelo” representa un camino cierto independientemente de las decisiones que el Gobierno toma, de las consecuencias de lo que hace y de los estados de la opinión pública.

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En cambio, la curva de la opinión pública muestra una pauta de fluctuaciones muy claras: alta aprobación y optimismo entre 2003 y 2007, tendencia a la baja entre 2007 y 2009, suba sostenida desde comienzos de 2010 hasta ahora. Algo distinto vio la sociedad, en su conjunto, en cada una de esas tres fases del proceso; algo que esos intelectuales no vieron, porque para ellos fueron todas iguales.
Las preferencias no son discutibles, son. Por eso, la mayor parte de los analistas políticos serios se abstienen de juzgarlas y se limitan a interpretarlas. Las ideas son siempre discutibles; en un sentido, ser discutibles es su razón de ser. Cuando no es así se convierten en dogmas, y a estos siguen los autos de fe. Cuando las ideas se dogmatizan generalmente inician su ciclo de agonía final.
Sin embargo, de hecho, a menudo no resulta tan fácil discutir las ideas porque su consistencia se apoya en premisas inconmensurables. A partir de esa inconmensurabilidad, sólo queda arrojarse unos a otros diatribas, anatemas o, al menos, emblemas; afortunadamente, todavía no se llega en nuestro tiempo a la amenaza de la hoguera, que mantuvo en vilo a tanta gente de ideas a lo largo de la historia.

No sabemos qué influye más en el juicio de la posteridad acerca de los fenómenos políticos. Algunos piensan que lo decisivo, a la larga, son las ideas. Keynes creía que “las ideas son más poderosas de lo que comúnmente se cree, tanto cuando son correctas como cuando son equivocadas; de hecho –dijo– eso solo casi alcanza para manejar el mundo”. Otros piensan que sin el balance de las preferencias de las mayorías, las ideas no alcanzan para sostener la prolongación de un proyecto político a través del tiempo.

En cuanto al presente, depende de la combinación compleja entre las preferencias y el poder; las ideas pesan poco. Si a la Presidenta de la Argentina hoy le está yendo bien, no es por las ideas de los intelectuales que la apoyan, ni siquiera por las suyas propias. Es porque sintoniza con las preferencias de muchísimos argentinos.

*Rector de la Universidad Torcuato Di Tella.