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Las lecciones de Borghi

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No me convence la línea de tres. La admito tan sólo bajo la exigencia que le imponía la neurosis de Bilardo: un líbero y dos stoppers (cada stopper agobiado por la obsesión del hombre cuya marca le tocaba, y el líbero igualmente agobiado por la obsesión de las espaldas a cubrir). Prefiero la proyección de los marcadores de punta, que sorprenden aunque se repitan, antes que el ir y venir algo mecánico de los carrileros. Y en el ataque, entiendo que los dos nueves juntos tarde o temprano se enciman, aun cuando uno de ellos tenga a bien tirarse atrás, y que es preferible disponer siempre un hombre que vaya al área y otro abierto que vaya por afuera; en resumen, lo que no dejaba de sostener otro maestro de la neurosis, el Loco Bielsa, reacio a sumar a Batistuta y a Hernán Crespo en la ofensiva de la Selección Nacional durante su gestión.
Sea: yo tengo estos humildes disensos, y la suma periódica de las derrotas de Boca me sume en congojas continuas. No obstante, debo decir que el paso de Borghi por el club, dure lo que dure y termine como termine, no me dejará con las manos vacías. Su certeza, que además de enunciativa es empírica, sobre lo vano que es vivir en constante estado de mortificación, es una lección de importancia para mí, que me hago mala sangre por todo y que no logro relajarme de veras desde hace quince o veinte años más o menos. Mientras estuvo en Argentinos, en Colo Colo o en Independiente, no me había alcanzado esa lección. Y la frase insuperable con que declaró el amor que siente por su esposa (“Si se va con otro, me voy con ellos”) la atesoro, así sigamos perdiendo partidos, diría que para siempre, como un ejemplo de pasión incondicional, de entrega y de sacrificio, para mí que sólo supe dejarme dejar, sin atinar a irme con nadie.
Hace años, en una inolvidable crónica futbolística, Tomás Abraham detectó los “baches metafísicos” que padecía de Borghi, por entonces jugador de River. Ahora que es técnico de Boca, esa imagen retorna a mí, pero tal vez ya no como bache: retorna como planicie de sosiego, o bien como cumbre sentimental.