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Las llaves del paraíso

“Los reyes no tocan las puertas. No conocen esa felicidad: empujar hacia adelante con suavidad o violencia uno de esos grandes tableros familiares, volverse hacia él para ponerlo otra vez en su lugar: tener en nuestros brazos una puerta”.

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“Los reyes no tocan las puertas. No conocen esa felicidad: empujar hacia adelante con suavidad o violencia uno de esos grandes tableros familiares, volverse hacia él para ponerlo otra vez en su lugar: tener en nuestros brazos una puerta”. Así describe Francis Ponge el privilegio del continuo enfrentamiento con  esos “obstáculos de una sola pieza” en Los placeres de la puerta. Gianni Crea conoce ese placer más que nadie: trabaja en los Museos Vaticanos y su oficio es ser clavero, es decir, tener bajo su responsabilidad las llaves. En su caso se trata de un manojo bastante grande: 2.797 llaves. Todas las mañanas, desde hace diecinueve años, a las 5.30, Crea se despierta y junto con otros claveros que trabajan a sus órdenes toma las llaves que abren las puertas de los museos del Papa. Para abrir todas las puertas camina un promedio de tres kilómetros diarios durante alrededor de una hora y media.

Crea tiene 45 años. Nació en Roma, pero creció en Melito di Porto Salvo, en Reggio Calabria. Volvió a Roma para estudiar Derecho y cuando estaba terminando ganó el concurso para volverse clavero. “Se requiere precisión, puntualidad y amor por este trabajo”, dice, y agrega: “Simbólicamente, tengo las llaves del paraíso”.

Según explicó Crea al diario milanés Il Giornale en 2016, las llaves se encuentran en un búnker que “prevé un sistema de acondicionamiento especial para impedir que se oxiden”. Siempre hablando con Il Giornale, Crea asegura que de las casi tres mil llaves hay casi un centenar que usa diariamente, y que esas las conoce de memoria. El y sus asistentes deben abrir casi trescientas puertas destinadas al público y otras casi trescientas de oficinas y salas de personal.

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Existen tres llaves más importantes que todas las demás: la que abre el monumental portón por el que se sale de los Museos Vaticanos; otra, que pesa alrededor de medio kilo, que abre el portón de entrada al Museo Pío Clementino; y la más grande y más importante de todas, la que abre el portón de la Capilla Sixtina. Esta última todos los días se guarda en un sobre blanco en una caja fuerte, y cada vez que alguien la toma debe tener la respectiva autorización y firmar un registro.

A la caminata con la que se abren las puertas se sucede otra, análoga, en sentido contrario, cerrándolas. Eso ocurre diariamente a las 19, y el recorrido requiere media hora más que el de la mañana por un motivo simple: hay que controlar que no hayan quedado ventanas abiertas ni luces prendidas; y naturalmente que ninguno de los 28 mil visitantes diarios a los Museos Vaticanos haya quedado adentro, algo que, asegura Crea, hasta ahora nunca ha ocurrido –cosa que por supuesto no le creemos.

Una persona no religiosa nunca podría acceder al puesto de Gianni Crea, porque debe firmar una carta en la que se compromete a respetar los sacramentos y la moralidad de la Iglesia. Ingenuos: una persona no religiosa podría comprometerse a cualquier cosa y no cumplir ninguna, de donde se deduce que, como en casi todo lo relacionado con la Iglesia Católica, lo que está en juego en realidad es una cuestión de fe, confianza y lealtad (hablo de cristianismo, no de peronismo), cosas que debemos reconocer que son esenciales hasta para cruzar la calle o comer una golosina. Pero Gianni Crea lo único que hace es abrir y cerrar puertas. El lo llama paraíso. Y sí, el paraíso es un lugar donde se labura como en cualquier otro.