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Las luces de los Tribunales

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El juez Ariel Lijo procesó a Amado Boudou. Conforme a la encuesta que se publica hoy en PERFIL, Boudou mintió y es culpable del delito que se le imputa. En contraposición, la mayoría tiende a suponer que el caso terminará archivado o que el vicepresidente será absuelto. En síntesis, la opinión pública predice que la balanza de la Justicia volvería a fallar, sea por indefinición o en su veredicto. No sabemos cómo se habrá recibido la noticia. Quizás con alivio. Tal vez con sorpresa. Acaso con escepticismo de que el procesamiento no sea más que una falsa alarma.
Establecemos con la Justicia un vínculo intelectual y emocional. Si Platón tuviera razón, anida en nosotros una reminiscencia de una justicia ideal. Deseamos que la justicia humana sea una aproximación razonable de aquella perfección. Pero sospechamos que, por aquí, eso es precisamente lo que no ocurre. Nos resignamos a que tarde en llegar o que, agotada en su propia inercia, la justicia no llegue nunca. Advertimos con impotencia que sea una mercancía que se compre o venda de modo obsceno, con la anuencia de serviles de turno que envilecen el valor de la magistratura. Como en esas historias siniestras de brujos, donde súbitamente se descubre que todo referente del bien no es más que un demonio disfrazado, finalmente nos paraliza una certeza paranoica pero casi real: no hay justicia. O, en el mejor de los casos, nos percatamos de que se pone morosa, enroscada, densa, transformándose así en un sofisticado picnic de argumentos, contraargumentos e indeterminaciones.
Hasta que de pronto irrumpe la sentencia justa que semeja lo milagroso. Se siente entonces que la resolución de un juez no es sólo la manifestación de un valor jurídico, sino la cabal expresión de un hombre valiente. Suena a revelación, a iluminación súbita, a la emergencia de lo obvio. Como en una blitzkrieg mental, volvemos a conectar a la justicia real con aquella idílica que yacía dormida en un rincón del universo platónico. Podría decirse que la resolución de Lijo es como una luz en el horizonte, una bocanada de aire fresco, una catarsis purificadora. Ojalá sea el preanuncio de un punto de inflexión hacia algo mejor.
Al menos es una breve tregua antes de que el próximo escepticismo comience a roernos la mente. Ya pueden escucharse sus primeros ecos: “Al final no va a pasar nada”; “Boudou es sólo un chivo expiatorio; a los de arriba no van a llegar”; “¿te creés que el Gobierno va a entregarlo así nomás?”.
Quizás lo sabio radique en acallar por un rato esos devaneos de desesperanza y ensayar la paciencia. Porque, cuando la luz se enciende, ya no nos contentamos con la justicia simbólica y ejemplificadora. Ahora los ciudadanos desean que sea la propia Justicia la que “vaya por todo”. Y esta vez esa sentencia suena diferente.

*Director de González Valladares Consultores.