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Apuntes en viaje

Las mismas cosas

Cuando trata de lamerse el lomo rueda como un enorme ovillo de lana anaranjada. Enseguida se incorpora, camina con dignidad y pide para salir de nuevo.

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Las mismas cosas. | marta toledo

Volví a los suburbios después de unas semanas en la ciudad. Justo hace unos días leí en una entrevista a Hebe Uhart diciendo que ella no era urbana ni conurbana: era suburbana. Mis días aquí coinciden con un clima húmedo y pegajoso; frío no de frío verdadero sino de humedad. Casi todo el día de hoy hubo una especie de neblina que se fue volviendo cerrazón con la caída de la tarde. Me gusta mucho la palabra cerrazón, se usaba cuando yo era chica como sinónimo de niebla.

Estas últimas semanas con el recrudecimiento del virus volvieron el encierro y la lejanía. Las horas corren lentas, pero de algún modo los días, las semanas, los meses pasan rapidísimo. Un día se pega al otro, una fecha a la otra, en una solución de continuidad que hace que me olvide compromisos y entregas. Esta columna, por ejemplo, que tendría que haber entregado ayer o, como mucho, esta mañana. Sin embargo atardece, se encienden las luces en los patios vecinos, y no es que acabo de recordar que no escribí sino que el editor me manda un mensaje para avisarme.

A las lagunas mentales ahora les llamaría cerrazones. Porque algo hubo cuando me desperté esta mañana y estiré levantarme un par de horas mientras me decía: total no tengo nada que hacer; algo como entrevisto a través de una cortina de tul, de una niebla, que me decía que tal vez sí tenía que hacer. Pero ¿qué?

El problema es que ahora que sé que tengo que escribir no tengo ni la menor idea acerca de qué podría escribir. Estos días estuve leyendo Viajera crónica, de Uhart, para algo que me pidieron. Pienso: ¿de qué escribiría ella si estuviera en esta situación? Tal vez sobre el gato. Corazón está demasiado gordo. Entra con las patas mojadas por el rocío (por la cerrazón) y se echa a lamerse frente a la puerta del baño. Pero dado su volumen, cuando trata de lamerse el lomo rueda como un enorme ovillo de lana anaranjada. Enseguida se incorpora, camina con dignidad y pide para salir de nuevo. Sí, quizá Hebe hubiera escrito sobre los animales o sobre los árboles. Yo podría escribir: La luz del día casi se ha ido por completo, sólo queda un poco de cielo gris entre las copas de los árboles, como un pedazo de trapo viejo enganchado en las ramas peladas. Hebe no hubiera usado tantas imágenes: simplemente hubiera escrito “casi es de noche”.

Cuando murió, un día o dos después, le mandé a Grillo en un mensaje de WathsApp el emoji de la carita tapándose la boca para reirse. Él me dijo: ese emoji es un homenaje a Hebe. Porque algunas veces que la vimos se reía así, se tapaba la boca y se reía, los ojos pequeños y redondos le brillaban con picardía. Me parecía una mujer muy graciosa. Creo que solamente hablé tres veces con ella, pero en dos se refirió con mucho enojo a las mujeres grandes que usaban el pelo largo. Siempre me acuerdo de eso y de que, cuando leía, se reía de lo que ella misma había escrito. Como si lo recordara y volviera a causarle gracia. También siempre me viene a la cabeza algo que me contó Leopoldo Brizuela y que me parece el mejor retrato de ella. Estaban en Frankfurt y quería ir al zoológico. Nadie quiso acompañarla, pero por supuesto no se amilanó, se pidió un taxi y fue sola. A la noche, cuando se encuentran de nuevo en la comida, Leopoldo le pregunta qué tal el paseo. Hebe le responde: Un mono tosió.

Mientras leía sus crónicas, estos días, pensaba una y otra vez en esto y sonreía. Todavía sonrío cuando lo leo: un mono tosió. ¡Cuánto se extraña la mirada fresca y desprejuiciada de Hebe Uhart imprimiéndole novedad a las viejas cosas del mundo!