La crónica periodística latinoamericana sigue encerrada en la misma paradoja desde hace años: a pesar de haber cada vez más profesionales interesados en escribirla, y aparentemente más lectores en leerla, son muy pocos los medios que publican este tipo de textos. Al margen de algunos tibios intentos locales (cosa extraña, ya que la Argentina cuenta con un grupo nada despreciable de cronistas de primera línea, entre los que se destacan Cristian Alarcón, Josefina Licitra o Leila Guerriero), son siempre las mismas revistas las que se empeñan en apostar por el género: Gatopardo en México, SOHO, Donjuán y El Malpensante en Colombia, Etiqueta Negra en Perú. ¿Cuáles son las diferencias básicas entre una crónica y un texto periodístico corriente? Por lo general, las crónicas son piezas extensas, que intentan ver más allá de lo cotidiano, que pretenden descubrir historias poco transitadas o nunca contadas, y que están escritas de la mejor manera posible: con las herramientas de la ficción. En los últimos tiempos, a pesar de su escasa circulación en los medios tradicionales, se hicieron cada vez más habituales los encargos a cronistas por parte de la industria editorial: marginado de los diarios y las revistas, el género está encontrando su lugar en los libros.
Dentro de la crónica existe un subgénero reconocible, el Gonzo, creado por el escritor estadounidense Hunther S. Thompson (en el que la mirada subjetiva a la hora de contar se extrema, y aparece el cuerpo del cronista como vehículo de la narración: recordar Pánico y locura en Las Vegas) y retomado por algunos periodistas latinoamericanos. En la Argentina, Cicco (Emilio Fernández Cicco) fue su cultor más habitual, y en base a sus artículos publicó el libro Yo fui un pornostar y otras crónicas de lujuria y demencia. Si la crónica suele preferir como objeto narrativo la vida que transcurre en los márgenes, lo cierto es que pocos se ocuparon, como Cicco –o como Daniel Riera, en un notable texto sobre sadomasoquismo recogido en el volumen Crónicas filosas–, en transitar los bordes de esa fuerza poderosa y determinante que es la sexualidad humana. Es aquí donde hace su aparición la cronista peruana Gabriela Wiener, con los textos de su primer libro: Sexografías (Melusina, 2008).
Wiener nació en Lima en 1975, estudió Lingüística y Literatura, y desde 2003 reside en Barcelona, donde vivió la mayor parte de las historias reunidas en este libro: el relato de una noche en un club swinger acompañada por su marido; la vez en que fue voluntaria de una célebre dominatriz en un show público de BDSM (bondage, disciplina, dominación y sumisión); o cuando se convirtió en donante de óvulos para una fertilización asistida. Si bien hay aquí otras experiencias límite (la ingesta voluntaria de ayahuasca, por ejemplo), el carácter del libro queda marcado desde el principio con el relato de los días que Wiener pasó en la casa de Ricardo Badani, gurú sexual que vive, en completa armonía, con sus seis mujeres. Wiener tiene todo lo que hace a un gran cronista (curiosidad, sensibilidad, cultura, sentido del humor y un gran talento narrativo), a lo que le agrega una alta cuota de desenfado, sin el que le sería imposible dedicarse al Gonzo. El resultado de su trabajo es un libro dividido en tres partes (“Otros cuerpos”, “Sin cuerpo” y “Mi cuerpo”) que se lee, como apunta Javier Calvo en el prólogo, como unas memorias. Pero también como un diario íntimo, o como la novela fragmentaria de un mundo privado. Es decir, como literatura. No se puede decir nada mejor del trabajo de un cronista.
*Desde Barcelona.