—No puedo.
Estoy sentado en mi oficina, en la productora. Paso de la pantalla de la computadora del escritorio a la pantalla del teléfono. De los portales de cada uno de los medios en los que busco información, a los WhatsApps que me estoy mandando con cada uno de los operadores políticos que están cerrando acuerdos en este momento.
—No puedo –digo otra vez.
—¿No podés qué cosa? –pregunta Carla, mi asesora de imagen, que está tuiteando, whatsappeando, facebookeando, instagrameando y calculo que hasta tindereando, y cada tanto levanta la vista para mirar alguna de las cuatro
pantallas de televisión sintonizadas en distintas señales de noticias.
—No puedo escribir un sábado una columna política para el domingo, cuando los datos centrales para el análisis se van a conocer recién a la medianoche –me quejo.
—No me pidas ni media especulación sobre el cierre de listas para las PASO, porque todo puede pasar –dice Carla.
—¿Y entonces qué pongo?
—Mirá, con las elecciones yo tengo varias teorías –me dice, sin sacar la vista de su celular y de mover sus manos sobre el teclado–.
Pero es al pedo ponerlas en una columna que se va a publicar cuando muchas de estas hipótesis están descartadas.
—Claro, pero no va a haber otro tema así –me quejo–. ¿Qué hago?
—Ya que no podés hablar del acontecimiento político del momento, ¿por qué no hablás de lo que realmente importa? –pregunta Carla.
—¡Uf! ¡Qué aburrido! Ya te veo venir: femicidios, agrotóxicos, monocultivo, extractivismo, impacto ambiental, estrategias, proyectos nacionales, futuro…
—¡Pará! –me interrumpe Carla–. ¿Por qué clase de hippie psicobolche vegana me estás tomando? Yo hablo del tema que realmente importa, no de lo profundo.
—¿O sea?
—¡El puntitagate!
—¿Vos me estás jodiendo? –me enojo–. ¡Yo hago una columna seria, donde analizo seriamente los temas políticos! ¿Y me querés hacer hablar sobre esa boludez? ¿Quiénes son los protagonistas de ese escándalo? Diego Latorre, Natacha Jaitt, Yanina Latorre… toda gente que con sólo nombrarla me echarían y no podría escribir una columna política seria nunca más en ningún lado.
—Al contrario, este caso es muy significativo. Sospechoso, diría yo.
—Sí, definitivamente: vos me estás cargando…
—Pensá un poco, ¿dónde estuvo Latorre hasta hace un par de años? –pregunta Carla.
—En Fútbol para todos, con Sebastián Vignolo. ¿Y eso qué tiene que ver?
—¿Qué tiene que ver? ¡Ah!, ahora el que me está cargando sos vos…
—No entiendo…
—Latorre estaba en Fútbol para todos. O sea, éste es un claro pase de facturas al kirchnerismo. O a Latorre, por haber sido kirchnerista.
—¡¿Latorre kirchnerista?! –grito, totalmente indignado–. ¡El tipo sólo era comentarista de fútbol! Jamás hizo un comentario político. Sólo comentaba los partidos. Y era uno de los tipos serios, sensatos, que sabía poner el plus de haber sido jugador en cada comentario.
—Vos viste cómo funcionan las cosas en la grieta…
—No sé, me cuesta creerlo…
—Problema tuyo –afirma Carla–. Para mí las cosas están clarísimas. Y esto recién empieza. Porque puede haber más revelaciones. O más operaciones, como prefieras. Yo que Vignolo me cuidaría. ¡Imaginate que te hacen algo así a vos!
—Para hacérmelo a mí me tendrían que inventar algo, porque yo no hago esas cosas…
Carla estalla en una carcajada. Pasamos un buen rato en el que ella no para de reírse, mientras yo sigo tratando de convencerla de que está equivocada, que yo no oculto nada. Hasta que finalmente habla.
—Está bien, ponele que no estás en nada. Y ponele que te inventan algo. ¿Cómo sabés que lo de Latorre no es inventado también?
—Parece ser cierto…
—Parece, sí. Pero quién sabe…
—¡Pero Latorre es un futbolista! ¡Yo soy un periodista serio!
Carla vuelve a estallar en una carcajada.—Sí, está bien, eso nadie lo duda –dice secándose las lágrimas–. Pero Latorre, en lo suyo, también es un periodista serio. Un tipo que, como dijiste, es sensato y analiza bien los partidos. ¿Qué pasaría si esto sigue?
—¿Que siga cómo?
—No sé… imaginate que salga alguna mujer que busca fama, diciendo que tiene un audio que le mandó Alfredo Leuco diciendo: “Esta noche vamos con el Changuito a hacerte la fiestita, mi amor”.
—¡Sos una bestia! –grito–. ¿Cómo vas a decir algo así? ¿Y pretendés que ponga eso en mi columna?
—¿Cuál sería el problema? ¿No escuchaste el audio de Latorre que difundió Natacha Jaitt?
—No, la verdad que ese caso crucial para la política argentina no lo seguí mucho –admito.
—Lo mal que hiciste. Natacha Jaitt difundió un audio donde Latorre le dice: “Si querés jugamos un partido adelantado, ¿te parece? Y te cojo un ratito y te hago la colita como te gusta a vos”. Textual.
—Igual, lo de Leuco me parece un poco fuerte –insisto.
—Es que no es sólo Leuco –aclara Carla–. Podría aparecer una mujer parecida a Cristina, con un audio de Roberto Navarro donde dice: “¡Ponete la banda presidencial que te voy a cabalgar toda la noche, yegua!”.
Me quedo un rato en silencio.
—También me parece fuerte –digo finalmente.
—Y podríamos seguir: Gustavo Sylvestre con una travesti que se parece a Marcelo Bonelli; Eduardo Feinmann con un enano al que le gusta llamar “enano fascista”; Luis Majul con una militante de La Cámpora a la que le pregunta: “¿Tenés miedo?”; vos con una oveja con una careta de Cecilia Pando. Aunque en ese caso sería más complicado obtener algún mensaje de WhatsApp, porque las ovejas no suelen tener celulares.
—¿Te parece que todo esto realmente es más importante que quiénes van a ser los candidatos y las candidatas en las PASO?
—¡No hablemos de importancia, por favor! Mirá que hace un rato me acusaste de hippie…
—Eso, hablemos de política y de periodismo –propongo.
—Bueno, dale, hablemos –acepta Carla–. Me parece que a la mayoría de la gente le resultaría más entretenido consumir información sobre infidelidades o historias sexuales escabrosas de periodistas serios antes que saber quiénes son los candidatos en las PASO.
—¿Y entonces?
—En principio, si no sabés quiénes son los candidatos, quedate tranquilo. Después de todo, no hace falta que el análisis político sea completo.
—¿Cómo que no? Mi idea es darle a la gente todo mi análisis sobre todo lo que pasa en política. Y cuando digo todo, es todo.
—Insisto, no hace falta que muestres todo.
—¿No? –pregunto.
—Por supuesto que no –concluye Carla–. En este país basta y sobra con que muestres sólo la puntita.