Por estos días, cuando leo algo acerca de la polémica del Festival de Cannes y Netflix, no puedo dejar de pensar en los personajes de un documental que hice sobre mujeres jubiladas que van al cine todos los días: “Las cinéphilas”. Señoras que tienen más de ochenta años, algunas con dificultades para caminar y, sin embargo, cada tarde se visten, se maquillan, salen de sus casas y recorren la distancia que las separa de la sala de cine.
El cine para ellas es una cita. Un lugar al que van a refugiarse del frío en invierno y a disfrutar del aire acondicionado gratis en verano. Comentan las películas con otra gente, aunque sólo sean dos frases mientras se arreglan la pollera en el baño. Van al cine desde chiquitas, las llevaba su padre o su tía, iban con sus amigos, a la matiné, a ver dos películas seguidas los domingos. Algunas no tienen celular, mucho menos tienen Netflix. Para ellas, las películas y el cine son lo mismo.
Pero para mí, y para el resto de la gente que tiene acceso a la tecnología, el cine y las películas se transformaron en dos cosas muy distintas. Está claro que las películas van a existir siempre, no están en riesgo de extinción, al contrario, cada vez hay más dispositivos dónde podemos verlas. Hoy, ir al cine y ver películas son, quizás, dos actos inversamente proporcionales: la gente mira cada vez más películas pero va cada vez menos al cine.
La proporción del espectador frente a los personajes, la distancia, la oscuridad. La cara de Marlon Brando inmensa o ¿del mismo tamaño que la nuestra? El acto colectivo versus el acto individual. Vestirse y salir o quedarse en casa en pijama. La postura corporal, en el cine miramos hacia arriba, admiramos. En la televisión o la computadora miramos a nuestra misma altura, con suerte, o hacia abajo. Nos achicamos, nos acostamos, la paramos para ir al baño, suena una bocina, el teléfono, entra el sol, “ay, qué hambre voy a cocinar algo”.
No se trata, como dijo Will Smith, de que las salas de cine y las plataformas digitales puedan coexistir, no se cuestiona que haya lugar para ambas maneras de ver una película. Está claro que hay lugar para todo. De lo que se trata, lo que defiende Pedro Almodóvar, es de proteger un espacio, una manera de mirar. Se trata de evitar que las ventanas de exhibición sean cada vez más chicas, que la televisión se coma a la pantalla grande y después venga el celular a comerse a la televisión y sal de ahí chivita, chivita.
Las películas y el cine no son lo mismo. Las películas se multiplican pero al cine necesitamos defenderlo con todas nuestras fuerzas porque si no se muere con “las cinéphilas”. Esa manera tan mágica de mirar una película: el cine. Ese lugar a donde ir cuando la gente joven esté ocupada con sus cosas; el día entero por delante, vacío; las piernas cansadas y la humedad que nos retuerce los huesos pero hay que salir porque a las cinco empieza. Nosotros también queremos tener un lugar a donde ir cuando seamos viejos.
(*) Realizadora argentina egresada de la ENERC.