COLUMNISTAS
DESMESURA ARGENTINA

Las promesas incumplidas de la democracia

Llevamos ya un cuarto de siglo de vida democrática ininterrumpida. Este hecho tiene de por sí una enorme significación. Ante todo porque logramos dejar atrás la dictadura militar más sangrienta y destructiva conocida en el país.

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Llevamos ya un cuarto de siglo de vida democrática ininterrumpida. Este hecho tiene de por sí una enorme significación. Ante todo porque logramos dejar atrás la dictadura militar más sangrienta y destructiva conocida en el país, y cumplir la expectativa general de que ella fuera la última. Además, porque también dejamos atrás un largo ciclo de la política argentina, llevado al extremo durante la década de los setenta, en que el poder se adquiría y ejercía por muchos otros medios antes que a través de la regla de la mayoría y el respeto del pluralismo.

El 30 de octubre de 1983, por tanto, no sólo concluyó un régimen militar, sino toda una etapa de la historia política del país, que había involucrado activamente a muy diversos actores, incluidos los propios partidos políticos, en comportamientos excluyentes, facciosos, y frecuentemente violentos. Claro que las cosas no cambian nunca de la noche a la mañana. Y lo cierto es que, en nombre de la democracia y de sus valores, frecuentemente se incurrió desde entonces en los vicios de antaño. El proyecto refundacional de Alfonsín puede juzgarse a la luz de este problema: en pocas palabras, para prosperar él necesitaba que el peronismo terminara de descomponerse, por lo que todo lo que se hiciera con ese fin sería considerado “democrático”. Lo más curioso es que variaciones de este sueño, que ha ido cambiando de manos y de coloraciones, se mantienen vivas hasta nuestros días, y han sido promovidas incluso bajo gobiernos del propio peronismo.

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Y es que éste, a su vez, si bien comenzó la etapa democrática con el pie izquierdo, perdiendo por primera vez en su historia una elección presidencial, y por un tiempo pareció que efectivamente no podría sobrevivir bajo sus reglas, descubrió luego que le resultaba mucho más sencillo de lo esperado utilizarlas en su provecho y no le convenía para nada intentar reflotar sus preferencias más tradicionales en lo que respecta al ordenamiento institucional.

La democracia argentina ha logrado desde 1983, a través de esta fórmula, sobrevivir a profundas crisis, manteniendo en pie la regla electoral para el acceso al poder. No ha tenido la misma eficacia, sin embargo, para cumplir otros objetivos que entonces se autoimpuso. Por caso, el de frenar y en lo posible revertir las tendencias a la desigualación social que ya a comienzos de los años ochenta se percibían como alarmantes. O también, la de asociar el gobierno del mayor número al buen gobierno: por más que la democracia ha logrado perdurar, no ha demostrado poder perfeccionarse.

Es bueno recordar que la democracia no es sólo un método para que se exprese el pueblo, el mayor número. Como muchas veces se ha señalado, es además un mecanismo para que él se eduque políticamente; es decir para que gobiernen no sólo los más, sino la capacidad y la virtud, o para decirlo con más precisión: darle tendencialmente mayor cabida a las virtudes sobre los vicios y a la eficacia sobre la torpeza. El abismo autodestructivo en el que se despeñan cada tanto los gobiernos argentinos, y al que se las arreglan para arrastrar a porciones de la ciudadanía y los grupos de interés, nos revela un rasgo por demás preocupante de nuestra vida política, una cierta desmesura que viene del fondo de los tiempos.

Algunas de las razones de esta desmesura estaban claramente a la vista ya en 1983: el carácter faccioso y al mismo tiempo muy fragmentado y débil de las representaciones sectoriales; la disposición de amplios sectores a enamorarse de líderes espontáneos, reveladora del escaso apego por los mecanismos de mediación y las soluciones transaccionales; el hecho de que muchos espacios institucionales que debieran ser competitivos y abiertos a la auscultación pública, no lo son, y al revés, espacios que deberían preservarse de la competencia y de la visibilidad pública, en cambio, están sometidos a la lógica de la plaza y la aclamación. La reforma de estos y otros asuntos sería un buen punto de partida para retomar las promesas incumplidas de la democracia.


*Historiador, su último libro es Argentina en el fin de siglo, Editorial Paidós.