Cuando Nilda Garré fue ministra de Seguridad, realizó una profunda purga en la jefatura de la Policía Federal. Ahí quedó todo. La política de seguridad del kirchnerismo se redujo a un descabezamiento. Se buscó romper los negocios internos que manejaban los jefes. Pero nada se hizo para avanzar en una fuerza más profesional, moderna; como si fuera imposible controlar a los uniformados y al mismo tiempo volver a la policía más eficiente. La Federal perdió el control de parte del territorio. Quedó a cargo de un comisario que desarrolló casi toda su carrera en la Superintendencia de Comunicaciones y tuvo poca participación en el área de comisarías. El mismo gobierno que critica a la oposición con el argumento de que la inseguridad no se resuelve sólo con la instalación de cámaras terminó por dejar a la fuerza en manos de un comisario cuyo principal antecedente era la instalación de centrales de video.
La falta de ideas se disimuló con una hiperactividad que llegó al borde de la caricatura. Sergio Berni en moto de un lado para otro de la Argentina fue la postal que intentó tapar el vacío. ¿Quién conduce a la Policía Federal cuando Berni se presenta en persona en la casa del diseñador Jorge Ibáñez frente a las cámaras de televisión? Finalmente se llegó al paroxismo de una ministra de Seguridad, como María Cecilia Rodríguez, que brilla por su silencio. Su colega bonaerense, Alejandro Granados, apuesta a saturar de efectivos. Mientras Granados espera que egresen de la academia y confía en que el número resuelva la inseguridad, la Provincia mostró nuevamente barriadas abandonadas de la protección del Estado. La Matanza apareció como el epicentro: en pocas horas, un policía se tiroteó con un ladrón en Ramos Mejía, en Gregorio de Laferrere un joven fue asesinado y un grupo de vecinos sometió a un asaltante, en San Justo mataron a un remisero, y el rector de la universidad de La Matanza sufrió un secuestro virtual. Daniel Scioli busca ahora la forma de mostrar reacción antes de que la tormenta se lleve sus aspiraciones. El progresismo, por su lado, mira el fenómeno con incomodidad. Y Massa lo capitaliza electoralmente, ayudado porque la lente de la opinión pública pasa lejos de personajes de su entorno que conocen en detalle los matrimonios entre política y marginalidad en la provincia de Buenos Aires.
El debate por la seguridad navega así con miradas tuertas y oportunismo. Justamente lo contrario al inicio de una solución.