Mauricio Macri se convirtió en el mejor amigo de los Estados Unidos en América Latina. Se trata de un verdadero estudio de caso en las relaciones internacionales: el presidente argentino es el único líder internacional que pasó de ser un incondicional del demócrata Barack Obama, a lograr una especial relación con el republicano Donald Trump. La mutua simpatía se alimenta cuando el resto de los jefes de Estado del mundo entero coincide en marcar distancias con el presidente de los Estados Unidos. Es un cambio de paradigma nunca antes visto desde la Segunda Guerra Mundial.
La revista Foreign Affairs, por caso, da cuenta del histórico aislamiento que evidencia Washington en su última edición, titulada “Trump y los aliados. La imagen que llega desde el exterior”, ilustrada con el rostro angustiado de los principales líderes del mundo y la sola sonrisa del ruso Vladimir Putin. “Le pedimos a políticos y expertos de Francia, Alemania, Gran Bretaña, Japón, Australia, Canadá y México que contaron cómo sintieron los cambios de la era Trump. En estos países se vivieron estos meses bajo un estado de shock”, refleja la revista especializada en política internacional.
Pero ahí está Macri, recordando su vieja amistad con Trump. La visita del vicepresidente estadounidense Mike Pence de esta semana consolidó esa relación fraterna, a la vez que representó el inicio de una nueva etapa entre Buenos Aires y Washington. Como en los 90, Argentina se posiciona como el punto de partida de la influencia de Estados Unidos en América Latina.
La llegada de Pence a Buenos Aires no fue casual. El vicepresidente es la cara visible de Estados Unidos en el mundo y, en los pocos meses de su presidencia, Trump ya lo envió a Europa, Corea del Sur y Medio Oriente para limar asperezas.
Pero Pence es también una figura muy destacada en la política norteamericana. El “cristiano, conservador y republicano, en ese orden”, según sus propias palabras, fue dos veces gobernador y estuvo durante una década en el Congreso. Y, según una reciente investigación que creó polémica en los Estados Unidos, ya está preparado para suceder a Trump, en caso de que el magnate no complete su mandato. “Está emergiendo como una figura dominante en la administración que está tomando forma, así como el principal conducto entre el Capitolio y la Casa Blanca”, aseguró el New York Times.
Con estos antecedentes aterrizó Pence en la Argentina para dar desde aquí inicio a la “doctrina Trump” para América Latina: frenar cualquier atisbo de regreso del populismo –como definen en Washington a los gobiernos antineoliberales–, y promover feroces aperturas económicas para la región.
“Estoy aquí para felicitarlo a usted presidente Macri por sus audaces programas de cambio para transformar la economía del país y reinstalar la reputación en el mundo”, lanzó Pence rodeado de empresarios en la Bolsa de Comercio.
Los elogios recordaron las cálidas palabras que recibía Carlos Menem cuando se esmeraba en aplicar las recetas del Consenso de Washington. Argentina, como hace dos décadas, vuelve a ser el modelo que Estados Unidos pregona en materia económica para la región.
“El presidente Trump me envió con un mensaje que debe quedar claro en toda América Latina. Los Estados Unidos no se van a quedar con los brazos cruzados cuando Venezuela se está destruyendo”, advirtió Pence en la Quinta de Olivos.
Es cierto que Macri puso reparos (es imposible pensar que no lo hubiera hecho) a una intervención militar de los Estados Unidos en Caracas, pero el presidente argentino coincidió con la Casa Blanca en calificar al gobierno de Venezuela como una dictadura. No habrá bombas, está claro, pero en los próximos meses, Estados Unidos se apoyará en la diplomacia argentina para impulsar una salida de Nicolás Maduro del poder.
Es que con un Brasil sumido en una profunda crisis política, institucional y económica, y con un México totalmente distanciado con Estados Unidos por la racista construcción de un muro en la frontera, Trump encuentra en Macri un aliado clave, e incondicional, para poner un pie en América Latina.