¿Era de Aristóteles la frase que se atribuye a Perón y que dice que la única verdad es la realidad? Ya no lo recuerdo, porque la circulación de las lecturas, la velocidad con la que se pasa de una fuente a otra (diarios, revistas, internet, libros, programas de radio y televisión, afiches, discursos) conspira contra la precisión del origen. Lo cierto es que es precisamente esa proliferación de las realidades lo que vuelve irreal la experiencia del recuerdo. El kirchnerismo ha tenido, y quizá siga teniendo y tendrá, grandes momentos; de sus insalvables debilidades se ocuparán otros en sus libros y columnas e intervenciones. Por motivos ideológicos o políticos o comerciales (si es que existen esas dimensiones como compartimentos estancos) en algún momento apostó a quebrar la identificación entre el lector y su fuente: entre el periodismo y creencia. El “Clarín miente” fue extraordinario, no porque desde el lugar de enunciación se dijera estricta y rigurosamente la verdad (el sofisma sería que quien dice que el otro miente está diciendo la verdad, cuando esto es, en rigor, indecidible. ¿Miente quien dice que miente el otro y por lo tanto el otro dice la verdad, o dice la verdad cuando dice que el otro miente?), sino porque su propósito era quebrar el pacto de lectura, la apuesta de fe diaria del que lee creyendo que se va a encontrar con información fehaciente, un sistema de signos indubitables para moverse en la selva de lo real. Así, por cualquiera de los motivos aducidos, o por la suma de todos, el kirchnerismo, que en sus primeros años había sellado sólida alianza con el medio denostado, en una pirueta del todo vanguardista instaló una especie de distanciamiento brechtiano, quebró la ilusión en la objetividad, y situó a la prensa ya no complaciente en un bando enemigo al que comenzó a cercar de la forma en que procede un ejército concebido a la antigua usanza: rodeando y sitiando la fortaleza enemiga hasta derribar sus muros. A propósito, recomiendo a cualquier lector, ya sea amante de la literatura o de la política, la lectura o relectura de Las relaciones peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos, un militar especializado en esa técnica de asedio y demolición, y que la aplicó en su extraordinaria novela para construir dos personajes inolvidables, el vizconde de Valmont y la marquesa de Merteuil, amigos, ex amantes y rivales en el arte de cortejar ejemplares del sexo opuesto, seducirlos, llevárselos a la cama y luego sacárselos de encima sin que estos puedan ni acusarlos ni implicarlos ni engancharlos. Digamos, cómo obtener la carne sin pagar el precio del deshonor. Política.
¿En qué estábamos? Ah. La operación de sitiado y demolición de la fortaleza del diario de Los Noble –su capital simbólico, la fe del lector– fue eficiente y sigue siéndolo. La tarea de rodeo y horadación (no se ataca sólo con bombas, sino con escalamientos y socavamientos) se alimentó de la credibilidad enunciativa de un gobierno que estimuló por todos los medios la proliferación de medios y discursos afines al mismo tiempo que, siendo el poder, se presentaba como un despoder o un antipoder que se oponía a los poderes constituidos –las corpos– a los cuales se empeñaba en combatir. Pero esa estrategia reveló sus límites cuando el poder efectivamente amenazado utilizó los mismos mecanismos para contraponer su poder al contrapoder que simulaba ser no poderoso. De allí, la eficacia –que imagino progresivamente decreciente– de Lanata. Los informes de Periodismo Para Todos que presumiblemente hacen temblar al Gobierno no son eficaces por lo que dicen, porque todo eso fue más o menos dicho muchas veces a lo largo de varios años en varios medios no oficialistas, sino porque ahora hay una masa crítica de desencantados o ya no crédulos en las denuncias de los ahora denunciados, lo que vendría a decir que cuando los que dicen que Clarín miente son acusados de varias cosas –entre ellos de mentirosos– su capacidad de refutación no puede limitarse a decir que Clarín miente –porque esto ya fue dicho y repetirlo no potencia la afirmación–. En resumen. El kirchnerismo ennobleció al periodismo volviéndolo literatura. Ahora ya no se lee para saber: se lee para leer.