COLUMNISTAS

Las torres de Clarín

Como cuando Néstor Kirchner perdió las elecciones del último 28 de junio y recibía felicitaciones por situaciones de las que no éramos protagonistas, desde hace semanas recibo mensajes de aprobación por la posición “ecuánime” que PERFIL viene asumiendo en la guerra entre el Gobierno y Clarín.

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El fútbol fue la primera. Cablevisión, la segunda. Como sucedió con los Estados Unidos tras el derrumbe de las Torres Gemelas, aunque maltrecho, Clarín resurgirá del embate.

Como cuando Néstor Kirchner perdió las elecciones del último 28 de junio y recibía felicitaciones por situaciones de las que no éramos protagonistas, desde hace semanas recibo mensajes de aprobación por la posición “ecuánime” que PERFIL viene asumiendo en la guerra entre el Gobierno y Clarín. Y, otra forma de elogio, también cosechamos quejas parejas de personas como Víctor Hugo Morales, el periodista más crítico del Grupo Clarín, quien no nos ve lo suficientemente diferentes de esa empresa, y de los directivos del Grupo Clarín, para quienes nuestra posición no es lo corporativamente solidaria que ellos esperan. No conformar a ninguno de los extremos quizás indique que hayamos hecho algo bien.

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Probablemente nada de esto tenga que ver con acciones del presente, sino sea una cosecha de siembras del pasado, cuando al comienzo del kirchnerismo PERFIL era el único medio que padecía los ataques del Gobierno mientras el propio Clarín –que hoy muestra en una campaña las tapas del último año pero no las de hace cuatro– elogiaba al Gobierno en la mayoría de sus títulos principales. Y siembras aún más antiguas, como cuando al fin del menemismo nos tocó ser la principal víctima de las aspiraciones hegemónicas de Clarín, que boicoteó al diario PERFIL de 1998 amenazando a los anunciantes para que no pusieran publicidad hasta ahogarnos (lo que no excluye nuestros propios errores en aquel fracaso). Paradójicamente, Kirchner y Clarín hicieron lo mismo con la publicidad de PERFIL.

Es probable que el aprecio o la crítica pareja que recibimos de ambos lados sea, entonces, el resultado de nuestra poco común situación por haber acumulado la mayor cantidad de conflictos tanto con el Gobierno como con Clarín. Es buena esa posición porque permite un equilibrio natural, sin esfuerzos ni sobreactuaciones, ya que es tan difícil como inhumano lograr que la envidia por el éxito de Clarín no se cuele inconscientemente en los pensamientos de sus críticos, comenzando por nosotros mismos.

La que es verdaderamente difícil es la posición del Grupo porque, después de muchos años de liderazgo indiscutido, ejercido con excesiva brutalidad, ha acumulado tantos enemigos y tal cantidad de damnificados, que no bien se le abre una herida le aparecen centenas de socios del club de golpeados por Clarín que, con ánimo reivindicatorio, están dispuestos a vengar alguna injusticia pretérita.

El miércoles pasado, en el programa a Dos voces, la nada santa diputada Diana Conti (ver página 2: las vinculaciones de su marido con la mafia de los medicamentos) dijo en el rostro de los periodistas representantes de TN: “Nunca voy a perdonarlos por las 11 veces que pasaron en un día” una nota donde la diputada era acusada de quedarse con parte del sueldo de su empleado de prensa.

Silvestre le respondió que tanto él como Bonelli eran pluralistas porque invitaban a figuras opuestas a los intereses de Clarín (como la propia presencia de la diputada demostraba) pero, expertamente, Conti explicó que una cosa eran los programas de la noche que conducían los grandes periodistas del Grupo y otra muy diferente los noticieros, que ocupaban la enorme mayoría de las horas de transmisión de TN, donde cuando se la agarran con alguien tiran a matar como una ametralladora, repitiendo incansablemente cualquier ataque, escudados en el anonimato del servicio de noticias y en el rostro de presentadores sin trayectoria ni peso propio, que repiten como una mera garganta lo que les indican los ventrílocuos que están en el control, quienes no exponen su nombre ni su imagen personal frente a todos. Lo que es equivalente a las famosas notas sin firma en su diario.

Hoy Clarín, siendo víctima, recibe –injustamente– una alegría resentida de quienes lo odian por acumulación de dolores durante años, similar a la que padecieron los Estados Unidos en 2001 cuando el terrorismo les derribó las Torres Gemelas, y desde todos los sectores aparecieron personas festejando simplemente porque el grandote recibía por primera vez una paliza, sin importar si era la paliza adecuada o conveniente para los mismos que se alegraban.

Como en las emociones viscerales, la ira permite que el victimario esté dispuesto a inmolarse con la víctima porque su odio es mayor que su propia supervivencia.

La semana pasada hubo otro ejemplo de abuso del poder de pantalla con el diputado kirchnerista Gustavo Marconato, a quien un hincha agredió durante el partido de la Selección en Rosario, lo que TN repitió hasta el hartazgo, como si se tratara del gol del triunfo frente a Brasil. Casualidad o no, Marconato condujo el plenario del debate de la Ley de Medios como presidente de la Comisión de Presupuesto y Hacienda de Diputados.

No sólo en utilizar boicots con la publicidad Kirchner y Clarín se parecen, sino también en utilizar el terror como técnica disciplinatoria: muchos legisladores se quejaron de haber recibido advertencias de Clarín, que estaría tomando nota de qué dice cada uno para pasar factura cuando termine el conflicto.

Las heridas que Clarín abrió en todas las áreas donde actuó con ese estilo chantajeador hicieron que Kirchner lo eligiera como un adversario mucho más atractivo que el campo. Clarín tiene muchos enemigos (“el enemigo de mi enemigo es mi amigo”) y no cuenta con una figura de llegada popular como Alfredo de Angeli, sin la cual el paro rural quizá no hubiese triunfado.

Y como también escribió Jorge Asís, se trata de una pelea entre dos débiles porque ni Kirchner es un dictador todopoderoso, ni Clarín un monopolio infalible.

Saddam Kirchner. No pocos comparan la guerra de Kirchner contra Clarín con la de Galtieri por las Malvinas: un acto desesperado por tratar de recuperar poder cuando poco o nada queda por perder. La comparación con el atentado a las Torres Gemelas proviene del propio Gobierno, que define el enfrentamiento con Clarín como “la madre de todas las batallas”, frase de Saddam Hussein para la guerra santa del siglo XXI.

Con su atentado del 11 de septiembre, el fundamentalismo religioso hirió a Estados Unidos pero esos golpes no significaron una derrota. Tampoco los norteamericanos salieron triunfadores absolutos, y la doctrina militar actual enseña que ninguna guerra se gana o se pierde totalmente, como muestra la exitosa y a la vez fracasada invasión de Estados Unidos a Afganistán e Irak.

En el futuro, la ley que se apruebe tendrá modificaciones que la alejarán de la voluntad de Kirchner. Pero también para Clarín cualquier ley sería un fracaso porque su deseo es el statu quo. También podría apelar Clarín a sistemas similares al de los testaferros pero más sofisticados, como ventas a empresas que se comprometan a acuerdos estratégicos que le permitan a Clarín seguir gozando de algunas de las ventajas de la propiedad. Por ejemplo, Globo en Brasil le vendió la televisión por cable al mexicano Slim pero retuvo para sí la producción de contenidos de canales de televisión por cable y se guardó el derecho de veto a cualquier nuevo canal que Slim desee colocar en la grilla.

En un país como la Argentina, donde no se ha podido cumplir con la ley que establece sólo el 30% de la propiedad de medios para los extranjeros, ¿podrían cumplirse todas las disposiciones de una eventual Ley de Medios? Las grandes operaciones de los últimos años fueron todas de empresas extranjeras que compraron el 100% de un medio argentino: Televisa de México compró Editorial Atlántida, el empresario centroamericano Angel González compró Canal 9 y la española Prisa compró radio Continental. En todos los casos, el 100% (apelando a tratados internacionales de reciprocidad).

Además, para los medios de los que tuviera que desprenderse a causa de una nueva ley, Clarín tendría un año en el proyecto oficialista y probablemente un tiempo mayor en el que se termine aprobando. En síntesis, el efecto de un Clarín más achicado tendría aplicación dentro de dos años y consecuencias prácticas en una disminución de su poder real probablemente cuando ya ni Ernestina de Noble ni Magnetto la padezcan personalmente.

* * *

El diálogo que se reproduce pertenece al libro dos de La república de Platón. Su lectura ayuda a comprender por qué es mejor para la democracia que no ganen ni Kirchner ni Clarín:

Glaucón: ¿No habrá, a tu parecer, ciertos bienes que desearíamos poseer, no en vista de sus consecuencias, sino que los amamos por sí mismos, como la alegría y los placeres inocuos, y que no tienen para el futuro otra consecuencia fuera del júbilo de quien los siente?

Sócrates: Sí, me parece que hay bienes de esta especie.

Glaucón: ¿Y no habrá también otros bienes que amamos tanto por sí mismos como por sus consecuencias, y que serían, por ejemplo, el buen juicio, la vista y la salud?

Sócrates: Sí.

Glaucón: ¿Y no verías tú también una tercera especie de bienes, entre los que estarían la gimnasia, la curación de una enfermedad, el ejercicio de la medicina y otras actividades lucrativas, que nos son penosos, pero útiles, y que no queremos tenerlos por sí mismos, sino por la ganancia o por las otras ventajas que de ellos resultan?

Sócrates: Sin duda que hay esta tercera especie.

Glaucón: ¿En cuál de estas especies pondrías tú la justicia?

Sócrates: Por mí, en la más bella, o sea en aquella del bien que debemos amar por sí mismo y por sus consecuencias, si se propone uno ser dichoso.

Glaucón: Pues no es ésta la opinión del vulgo, que clasifica la justicia entre los bienes penosos, como algo que hay que practicar en vista de la ganancia, o por la fama y el buen parecer, pero de la que, por sí misma, habría que huir, por la pena que trae consigo.

Sócrates: Ya sé.

Glaucón: Por lo que se dice comúnmente, el cometer la injusticia es un bien conforme a la naturaleza, y el sufrirla, un mal, y que el mal de padecer la injusticia excede al bien de cometerla. De aquí que, así como los hombres tuvieron experiencia tanto de las injusticias cometidas como de las resentidas, aquellos que no pudieron esquivar la peor suerte ni abrazar la mejor juzgaron que les sería útil entenderse todos entre sí para no cometer ni sufrir injusticias; y de allí tuvieron principio las leyes y convenciones que establecieron entre sí, y los preceptos de la ley fueron llamados legalidad y justicia. Tal es la génesis y la esencia de la justicia, la cual ocupa así la posición intermedia entre el mayor bien, que es la impunidad en la injusticia, y el mayor mal, que es la impotencia de vengarse de la injusticia que se sufre. Y porque se vea a la perfección que quienes la practican lo hacen a su pesar y por la impotencia en que están de cometer la injusticia, imaginemos lo siguiente. Demos a cada uno de los dos, al justo y al injusto, el poder de hacer lo que quieran, y sigámosles para ver a dónde lleva a cada cual su pasión. Sorprenderemos en flagrante al justo, que se habrá lanzado hacia la misma meta que el injusto, por el apetito de tener siempre más, lo cual toda naturaleza persigue como un bien, aunque la ley, por la fuerza, desvía este apetito hacia el respeto de la igualdad. Y la facultad a que me refiero podrán tenerla en grado máximo si obtienen el poder que en cierta época, a lo que se dice, tuvo Giges, el antepasado del rey de Lidia. Giges era un pastor al servicio del rey que entonces reinaba en Lidia. Habiéndose producido una gran tempestad, acompañada de un terremoto, se abrió la tierra y se formó una abertura en el lugar en que aquél apacentaba su ganado. Asombrado al ver esto, descendió por el agujero, y pudo ver, con otras maravillas que narra la leyenda, un caballo de bronce, hueco, con portañuelas por las cuales, inclinándose, pudo ver un cadáver, de talla, al parecer, más que humana, y que no tenía otra cosa que un anillo de oro en la mano, del cual se apoderó Giges y volvió a salir. Con el anillo en su dedo, se encaminó de allí a la junta que solían tener los pastores cada mes, para informar al rey sobre sus rebaños. Tomó en ella asiento con los demás, y haciendo girar distraídamente el anillo, con lo que el engaste de la piedra llegó a estar dentro de su mano, tornóse luego invisible a todos cuantos le rodeaban, los cuales hablaron de él como si se hubiera ido. Lleno de admiración, volvió a hacer girar el anillo para poner de fuera el engaste, y al hacerlo así, tornó a ser visible. Al percatarse de esto, repitió la experiencia para ver si en efecto tenía el anillo este poder, y le aconteció lo mismo: con el engaste hacia adentro, se volvía invisible, y hacia afuera, visible. Con esta certeza, maniobró luego para ser incluido entre los que iban a informar al rey. Llegó a palacio, sedujo a la reina, y de concierto con ella, conspiró contra el rey, lo mató y se alzó con el gobierno. Supongamos ahora que hubiera dos anillos como aquél, y que se pusiera uno el justo y el otro el injusto. Por lo que, puede conjeturarse, no habría nadie de una fuerza de carácter tal como para perseverar en la justicia y guardar el propósito de abstenerse de tocar los bienes ajenos, si tuviera el poder de tomar en el mercado, sin miedo alguno, lo que quisiera, o de entrar en las casas para tener cópula con quien le pareciera, matar a unos o quebrantar los cepos de otros a su arbitrio, y proceder en todo, en fin, como un dios entre los hombres. Al obrar así el tenido por justo, en nada diferiría de su contrario, ya que ambos tenderían al mismo fin. He ahí la gran prueba, si podemos decirlo así, de que nadie es justo por su voluntad, sino por la coacción, y que nadie es bueno en la intimidad, ya que en cuanto uno se cree capaz de obrar injustamente, lo hará.