Las tumbas etruscas

La expansión virósica, con sus zonas oscuras, trae una fuerte expansión de nuevas connotaciones simbólicas. La semana pasada escribía sobre el fenómeno de democratización: los actores independientes votábamos si la peste existía o no, para abrir o cerrar las salas. Y ahora que estoy en Italia, me solazo viendo otros países con actitudes igualmente disparatadas. Bélgica, adelantándose a los futuros efectos que traerá el invierno, ha convocado al ejército. ¿Para qué? ¿Saben los cabos belgas cómo obligar a un enfermo al reposo? Italia afirma que de esta influenza morirán menos personas que de gripe común, si bien prevén 4 millones de contagiados. ¿Cómo los prevén? ¿Es matemática compleja o simple propaganda berlusconiana?
Hoy visitamos las tumbas etruscas de Tarquinia. Seguimos a campo traviesa a una señora rubia en un auto rojo. Las tumbas son muchas y las que tienen las pinturas están desperdigadas entre campos públicos y privados. Sólo se pueden visitar con guía. La rubia probaba llaves en la puerta y nos pedía que no preguntáramos mucho: ella no sabía nada. No logró prender las luces y tuvo que llamar a su superior, que vino un rato después, encendió la luz, y explicó amablemente sobre caballos rojos y caballos negros. Luego nos volvió a sumir en la rubia y sus mil llaves erróneas. No saber nada es algo muy natural. Pero, ¿por qué entonces hacer de guía en un campo tan desconocido?
Berlusconi, tal vez poco apto para gobernar, asume idéntica impunidad: “No me digan nada, yo soy así”. Y la gente parece reflejarse en esta actitud fresca y despreocupada. Si está en su naturaleza, entonces nada se puede decir. Un verdadero líder, que libera a sus seguidores de toda posible culpa basada en la ignorancia.